Eduardo García A.


China es uno de esos pueblos milenarios que lograron llegar al siglo XXI instalados en sus profundas raíces sin que hayan sido conquistados del todo por nadie, aunque muchas fueron las incursiones y los intentos para lograrlo. Desde hace unas pocas décadas, luego de la caída de la famosa Banda de los cuatro y la llegada al poder de los rivales moderados de Mao Tse Tung (1893-1976) encabezados por Deng Tsiao Ping, todos hablan de ese ineluctable poderío futuro que construye poco a poco con una fuerza acelerada y misteriosa que lo lleva a la vanguardia de las más altas tecnologías, a buscar la conquista de la Luna y a inundar el mundo con sus inversiones gigantescas.
Nada lo detiene en esta época cuando reina con una serenidad escalofriante el príncipe rojo Xi Jingping, hijo de viejos revolucionarios, al mando de una gigantesca cúpula de funcionarios competentes que dominan en todos los campos las artes de la economía, la diplomacia, la alta tecnología y la guerra. Reunidos cada año en un balneario costero en seminarios secretos e inaccesibles, las altas esferas del poderoso gobierno diseñan la estrategias para incrementar su influencia mundial y deciden allí sus cíclicas oleadas de purgas de altos jerarcas caídos en desgracia y que van al patíbulo acusados de corrupción u otros delitos.
Uno tras otro van cayendo líderes regionales en este inmenso país de más de mil millones de habitantes y son aleccionadoras las terribles fotos donde se les ve estallar en lágrimas cuando escuchan el veredicto de los jueces que los condenan al patíbulo.
En los tiempos de la Revolución cultural el caudal de los ríos del país llevaba por centenares los cadáveres de los ejecutados más arriba en lejanas montañas tras juicios sumarios donde se condenaba a muerte a los enemigos de la revolución, en su mayoría notables de provincia, pequeños y grandes terratenientes, pequeños y grandes propietarios, directores de empresas o fábricas, que habían cometido el error de no seguir a Mao y apoyar a las fuerzas contrarrevolucionarias.
Los que salvaban la vida, como el propio Deng Tsiao Ping, fueron condenados a trabajos forzados y a bajar desde la altura de sus supuestos privilegios a la humillación de laborar la tierra, barrer, sembrar arroz, cargar bultos y aprender de memoria el Libro rojo del Gran Timonel, ese "sol rojo que ilumina nuestros corazones". Dirigidos por la esposa de Mao, Chiang Ching, mundana bailarina capitalina que llegó a casi tomar el mando del país cuando Mao ya entraba en la senectud acompañado por su última joven amante, Xhang Yufeng, 50 años menor, los milicianos y los nuevos jefes no dudaban en derrumbar y ejecutar a los infieles, muchos de los cuales caían desde la confianza del líder a la desgracia, como ocurrió con el legendario Lin Piao y muchos otros compañeros de las primeras jornadas juveniles.
En libros notables de grandes expertos como Simon Leys, autor de Los trajes nuevos del presidente Mao o en las grandes biografías escritas por especialistas e investigadores de primer nivel después de la muerte del Timonel, se puede seguir el espectacular destino de este letrado que escribía poesía y vivía rodeado de libros y de jovencitas, muchas de las cuales eran reclutadas por Chiang Ching para disfrute del Líder.
La gesta de la revolución fue impresionante a través de la Larga marcha y se dio en medio de una guerra civil constante que concluyó con el triunfo de la Revolución en 1949 bajo la mirada atenta desde Moscú de José Stalin, el Padre de los pueblos. Luego vendría una primera década de gobierno, una crisis en que pudo perder el poder y de nuevo la reconquista con la sangrienta Revolución Cultural.
A diferencia de muchos líderes revolucionarios chinos como Chou En Lai y Deng Tsiao Ping o vietnamitas como Ho Chi Min, que vivieron y estudiaron en Francia en los anos 20, Mao se negó siempre a viajar fuera del país para estudiar. Nunca salió hacia Europa, América u otros países asiáticos, salvo a su inicial vecina y protectora, la Unión Soviética. Desde adentro, inmerso en su propia cultura de letrado, este hijo de notable provinciano se convirtió en una verdadera leyenda mundial y en la figura máxima de la potencia china.
Durante sus años la propaganda fue fundamental para mantener la hegemonía ideológica a través del culto a la personalidad y la publicación de sus Obras completas, que debían ser estudiadas por cientos y cientos de millones de chinos. Toneladas de propaganda china traducida a todas las lenguas fueron enviadas al mundo entero. Revistas como Pekín Informa y China Reconstruye, las Obras completas y el Libro Rojo de Mao y los clásicos del marxismo-leninismo Marx, Engels y Lenín inundaron la tierra.
El maoísmo conquistó a grandes figuras como al ya anciano filósofo Jean Paul Sartre y a muchos jóvenes e intelectuales latinoamericanos, africanos, europeos y asiáticos. Pero todo eso empezó a derrumbarse con la muerte del Gran Timonel y el proceso que llevó después de muchas peripecias a convertir a China en la nueva potencia mundial rival de Estados Unidos.
La historia empezó a revelar poco a poco las derivas de su régimen, que costó la vida a millones de personas, y aun en la actualidad son muchos los críticos del autoritarismo actual chino y la hegemonía total del Partido Comunista y del ejército sobre una población enorme, muchos de cuyos sectores suben a la clase media, se enriquecen o acceden con velocidad acelerada a los placeres y lujos del mundo occidental.
Con su gran plan de La Ruta de seda, su red de puertos y rutas férreas, marítimas y aéreas, la compra de sectores claves de las economías en todo el orbe, la inteligente diplomacia china ha logrado transformar el mapa estratégico del mundo y en la actualidad cada semana conquista nuevos países para su influencia por medio de una política pragmática y serena que difiere de la actual agresividad incoherente del imperio estadounidense, al mando de un Calígula moderno que maltrata hasta a sus propios aliados. El poderío actual chino no es nada sorpresivo, pues reposa en cuatro milenios ininterrumpidos de guerra, ciencia, arte, pensamiento y dominio de las tecnologías de cada era transcurrida bajo la mirada de Confucio y Lao Tsé.
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