Eduardo García A.


Para varias generaciones de contemporáneos es saludable cruzar el umbral de la nueva década y recibir el 2020 con optimismo, a pesar de que se inicia como siempre desde los tiempos milenarios contados por Herodoto con augurios serios de guerra, cuando en varios lugares del mundo están a punto de estallar los polvorines de la insensatez humana y en Oriente Medio se cruzan estos días las líneas rojas más peligrosas.
La década de los veintes en el siglo pasado se inició por el contrario con augurios de paz después de que concluyera la espantosa guerra de 1914-1918, una de las más crueles de la humanidad, que dejó un saldo apocalíptico de muertos que incidió en el cuadro demográfico del Europa y dejó una huella imborrable en las generaciones de aquel tiempo y aun hoy se recuerda con horror.
Todas las familias vieron partir con espíritu patriótico millones de esposos e hijos hacia el frente, ya que se pensaba que la guerra, surgida como efecto dominó después del asesinato provocador del heredero del imperio austro-húngaro en la región de los balcanes, sería un conflicto relámpago que duraría poco tiempo. Sin embargo, la conflagración se le salió de las manos a alemanes y franceses y durante cuatro años la sangre inundó trincheras situadas en valles y colinas de la línea de separación.
En el conflicto se perdieron las vidas de centenares de miles de jóvenes y hombres en pleno vigor de la edad, entre los que había de todas las clases sociales. Campesinos, obreros, artesanos, estudiantes, profesionales, artistas, músicos, cayeron en las trincheras o quedaron lisiados de por vida como el poeta Joë Bousquet, quien vivió toda la vida paralítico en su cama en Carcasona, pero realizó una obra vasta y original.
La gente de la época, al menos en las grandes capitales del mundo, pareció dedicarse a la fiesta desenfrenada en el Music Hall y en las tabernas al ritmo del jazz y músicas tropicales o viendo los espectáculos del cine sonoro promocionados desde Hollywood. En otros campos, en los medios artísticos, los contemporáneos se dedicaron a realizar revoluciones en cine, teatro, artes plásticas, música, danza, literatura y pensamiento para conjurar el reciente sonido de botas militares, tanques, cañones, obuses, bombardeos y el olor nauseabundo de los gases mortíferos utilizados en el conflicto bélico europeo, como el temible gas mostaza que asfixió como moscas a decenas de miles de soldados y civiles.
En esos tiempos de entreguerras que duraron dos décadas hasta 1939, se consolidó el arte abstracto iniciado antes del conflicto entre 1907 y 1912 por los cubistas Braque y Picasso, cuyas formas retorcidas representaban para los nuevos con toda claridad las huella de la guerra y la destrucción. Se desarrolla al máximo la grabación discográfica y aparecen la radio y el cine sonoro, y en el campo literario el dadaísmo y el surrealismo, que hacen estallar las palabras. A la vez se da un salto tecnológico que fue consecuencia de las experimentaciones bélicas de las grandes potencias. Se disparan las comunicaciones y se moderniza la prensa y el mundo editorial.
En los últimos volúmenes de su genial obra En busca del tiempo perdido, Marcel Proust alcanzó a mostrar todos esos cambios y comunicar la angustia generalizada provocada por la guerra y la mortandad y después de él fueron muchos los autores que terminaron para siempre con la influencia cultural del siglo XIX. James Joyce publicó en 1922 su novela Ulyses, considerada un hito en el género, y ese mismo año aparecen en el terreno poético Trilce de César Vallejo, La tierra baldía de T. S Eliot, Las elegías del Duino de Rainer Maria Rilke y para concluir, en filosofía, el Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein. También es la época en que se expande el psicoanálisis iniciado por Sigmund Freud y en arquitectura surgen el Bauhaus y el Art Deco, después de lo cual edificios, ciudades y viviendas cambian para siempre.
Además de los diversos abstraccionismos, artistas plásticos como Modigliani, Chagall y tantos otros cambiaron para siempre la forma de hacer arte, y el jazz, que vino del sur de Estados Unidos, inició su largo reinado. París se convirtió en centro de encuentro de artistas y aventureros hedonistas de todo el mundo que venían a hacer la fiesta en Montparnasse y Montmartre, como el japonés Foujita o los narradores Ernest Hemingway, Henry Miller y Anais Nin.
Los Años Locos de entreguerras fueron un delirio que duró hasta la crisis financiera de 1929, cuando los acomodados estadounidenses que gozaban en París se arruinaron y partieron de regreso a un Estados Unidos quebrado económicamente. La siguiente década fue un lento camino hacia la guerra, que estalló en 1939 después del auge vertiginoso de los nazis en Alemania, cuyo expansionismo llevó a una nueva conflagración.
El año 2020, con su peculiar grafía numérica compuesta por dos veintes y parejas de números cero y dos, parece directamente surgido de ese abstraccionismo pictórico que prosperó a lo largo de Los años locos, pero aun es temprano para saber si la década que se inicia será un viacrucis de guerras sin fin comandadas por gobernantes locos o si lograrán avanzar por el contrario los múltiples movimientos modernos que buscan salvar el planeta de la incuria humana y abogan por la paz, la ecología y la igualdad humana.
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