En su nueva obra Cada oscura tumba, publicada por Planeta, Octavio Escobar Giraldo amplía los espacios y ámbitos de sus novelas, al dirigir ahora el espejo stendhaliano a Bogotá y la vida de los provincianos inmigrantes que luchan por la vida en la caótica capital colombiana. La mayor parte de sus novelas han tenido como escenario su ciudad natal, Manizales, a la que ha tratado de captar desde diferentes ángulos con ayuda de sus diversos instrumentos quirúrgicos, ya que es un narrador que se inscribe en la rica tradición de escritores médicos como François Rabelais, Anton Chejov, Arthur Conan Doyle, Mijail Bulgákov, Joao Guimaraes Rosa, Louis Ferdinand Céline o su coterráneo Tulio Bayer.
Aunque el narrador médico deje de ejercer la profesión y se dedique de lleno a la escritura, quedará para siempre marcado por ese contacto directo con la miseria humana a través del desciframiento de los males que aquejan a sus pacientes o del estudio minucioso en la universidad del funcionamiento de los cuerpos en relación directa con las complejidades psíquicas del individuo. Tiene por lo tanto una gran libertad para desentrañar los humores, traiciones y patrañas de los personajes.
En su anterior y premiada novela negra Después y antes de Dios (2014), el autor había desplegado todos sus recursos al contar una historia terrible que sucede en una ciudad conservadora y taimada. Y a través de esos acontecimientos abre el vientre la urbe con sus tumores impronunciables, pero a la vez abre carreteras para la fuga. Igual hace ahora con la infernal Bogotá de las clases bajas, en esos barrios polvorientos y decadentes donde entre el bullicio apocalíptico y el peligro pululan millones de ajetreados habitantes agobiados por deudas, crímenes inconfesos, angustias económicas, deudas, deseos, traiciones, delitos, turbios pasados. Siempre a punto de ser atropellados o atracados.
Bogotá alberga en su seno un fresco del país, y en cada ser, antro o habitáculo vibran esas fuerzas del pasado y de las regiones abandonadas en pos de una mejoría vital o económica que nunca llega o si llega puede desplomarse de un momento a otro. Escobar Girarlo logra con maestría hacernos visitar esa Bogotá contemporánea a través de personajes diseñados con ironía y sarcasmo y sin piedad. Y no olvida el paladar, al describirnos las arepas de huevo con chicaharrón crujiente de la seño Amalia o las albóndigas y empanadas de Donde Heidi, propiedad de Hildebrando Ramírez.
Melva Lucy, que vivió en Buenaventura, donde dejó a un novio al que aun ama, trabaja en el descuidado restaurante Donde Heidi, frecuentado por mecánicos, comerciantes, obreros, maleantes y hasta discretos asesinos, varios de los cuales conquetean con la joven. Entre ellos figuran Ignacio, apodado El Suave, un maniático pulcro y solitario que vive solo y guarda secretos, así como el traqueto y machista Edgar Garay, próspero administrador de tres discotecas en la calle 53.
A ella le han matado a su hermano menor Anderson en el marco de los crímenes de los falsos positivos y lucha para que sea castigado el responsable del crimen, un militar que logra con argucias jurídicas aplazar y alejar los pasos de la justicia, pese al trabajo de idealistas y benévolos abogados defensores de derechos humanos, entre ellos Gabriel Álvarez Cuadrado.
La acción transcurre cuando avanzan las polémicas negociaciones de paz del gobierno con la guerrilla de las Farc, que suscitan acaloradas discusiones en el país, descritas por el novelista a través de muy cincelados y abundantes diálogos, uno de los méritos más logrados de la novela. Varios espacios de la Bogotá céntrica, como las inmediaciones de la Universidad Nacional, Parkway, Chapinero Alto, Quinta Paredes y otros lugares son descritos con acierto, creando un fresco de una ciudad implacable que también guarda remansos.
Novela negra ágil, veloz, con un lenguaje preciso, Cada oscura tumba hace parte de la lista de esas novelas bogotanas que tratan de desentrañar el alma capitalina desde los tiempos de la gran trilogía de Osorio Lizarazo hasta Fiesta en Teusaquillo de Helena Araújo, Los parientes de Esther de Luis Fayad, Opio en las nubes de Rafael Chaparro o Todo pasa pronto de Juan David Correa, entre otras. Pero como en casi todas las novelas de Escobar, hay un viaje sorpresa que nos saca de allí y nos lleva esta vez a Honda y sus alrededores, bajo la canícula del río Magdalena.
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