Eduardo García A.


El que hoy es el Panteón de los hombres y las mujeres ilustres en París fue construido por orden de Luis XV a partir de 1744 tras una enfermedad de la que éste se salvó cuando todos lo daban casi por muerto durante su estadía en Holanda. Al regreso, el monarca descendiente del Rey Sol quiso rendir homenaje a la patrona de París Santa Genoveva, de la que era devoto, construyendo una basílica en su honor que fuera más grande y majestuosa que la misma basílica de San Pedro en Roma.
La construcción se realizó en la cúspide de la Montaña Santa Genoveva del barrio latino, al lado de otro templo milenario donde se le rendía culto a esta mujer del tiempo del primer rey Clovis que consoló al pueblo de la ciudad cuando se pensaba inminente la llegada del terrible Atila, guerrero proveniente del este cuyo paso por ciudades y regiones del mundo conocido se caracterizaba por la violencia, el saqueo y la mortandad.
La enorme basílica funcionó como templo religioso hasta la Revolución Francesa, que la confiscó para usos laicos y solo volvió a servir para esos oficios durante las fugaces restauraciones del Antiguo Régimen a lo largo del siglo XIX. En la cripta subterránea reposan personalidades ilustres del Antiguo Régimen, la Revolución, la era de Napoleón y de las varias repúblicas y desde el entierro de Víctor Hugo funciona de manera ininterrumpida como el lugar donde son depositados con grandes homenajes y pompa las personalidades de la literatura, la ciencia, las artes, la guerra o la política.
La vieja iglesia que está al costado de este Panteón Republicano volvió a su función primera luego de la ratificación de la laicidad y se convirtió poco a poco en un espléndido aunque pequeño templo de varios estilos arquitectónicos donde se encuentra la lápida mortuoria de la patrona de París, visitada por fieles, turistas y pontífices romanos de paso por la ciudad, así como las tumbas de Racine y Pascal, entre otras muchas. Se caracteriza por un valioso sincretismo estético, el órgano que resuena como pocos y los conciertos y las ceremonias que se suceden semana a semana en una nutrida agenda anual.
A lo largo de más de un milenio el barrio latino ha sido el epicentro de las actividades universitarias y en la actualidad, a un costado del Panteón, están la biblioteca frecuentada por sabios de todos los tiempos cuyos nombres están grabados en sus muros y varias sedes de la Sorbona, así como grandes instituciones como la Escuela Normal Superior creada por Napoleón Bonaparte y la Escuela Politécnica, entre otras muchas.
Rabelais describe en su extraordinaria novela Gargantúa y Pantagruel el ambiente estudiantil de esta colina de la ciudad situada al lado izquierdo del Sena, donde también existió la ciudad romana de Lutecia, cuyas ruinas, como los baños termales de Cluny o el teatro, perviven después de dos milenios de existencia. En la novela de Rabelais se muestra la actividad insaciable de los estudiantes y los pícaros profesores que sabían gozar también de los placeres de la noche en las tabernas y cavas medievales a donde acudían alumnos de toda Europa, atraídos por la fama de la Universidad.
Rabelais, un renacentista que brillaba como médico, editor y escritor, se burla del ambiente universitario, el lenguaje de los filósofos y lleva a su gigantesco personaje Gargantúa a embriagarse hasta el delirio en estas callejuelas iniciáticas que llevan por un lado hasta la iglesia de Notre Dame de París y que por tradición han acogido a cientos de miles y hasta millones de estudiantes de todas las generaciones. Esa tradición báquica persiste en la actualidad y el vino corre sin cesar por los gaznates y las callejuelas.
Ahora en pleno siglo XXI el barrio sigue cumpliendo esa función estudiantil y está plagado de aulas, librerías y tabernas donde se discute de ciencia, política, literatura y filosofía como en los viejos buenos tiempos. Y en las noches de luna llena suelen pasar ya ebrios los estudiantes al lado de la gigantesca mole del Panteón que se ve desde todos los puntos cardinales de la ciudad rumbo a la empinada calle Mouffetard por donde entraban los peregrinos del sur o de Italia y donde vivían bohemios, perdidos o rechazados como François Villon o Paul Verlaine. La medieval calle Mouffettard sigue idéntica con sus casas centenarias y sus bares y restaurantes repletos de clientes.
Este sábado de marzo la romería de visitantes espera con calma para ingresar al edificio donde se encuentra el famoso péndulo de Foucault que oscila en permanencia para probar que la tierra es redonda y rota sobre su eje. Bajo las cúpulas aireadas y luminosas y debajo de las columnatas y capiteles neoclásicos, sobre los muros, magníficos frescos del siglo XIX cuentan las vidas de Atila y Santa Genoveva, las de los primeros reyes fundadores de dinastías y linajes y las de figuras del Antiguo Régimen, así como las peripecias de la Revolución y los posteriores héroes de la República.
La magnificencia del templo laico impresiona al visitante antes de internarse en las criptas del subsuelo donde reposan para siempre las figuras homenajeadas a través de los siglos por sus méritos o sus conexiones y simpatías con el poder.
En el vestíbulo de la cripta reina el gran Voltaire frente a su rival Rousseau y más adentro en criptas distintas comparten el reposo eterno Zola, Dumas o Víctor Hugo, el fundador del la escritura para ciegos Braille, la científica Marie Curie, el patriarca asesinado Jean Jaurés, el libertador de Haití Toussaint Louverture, los ex ministros Simone Veil y André Malraux, o el poeta antillano de la negritud Aimé Cesaire, entre muchos otros.
Los pasillos que llevan a las criptas iluminadas nos recuerdan a todas esas figuras meritorias que impulsaron el saber y la ciencia a través de los siglos, aunque por supuesto son muchos los ausentes que merecían estar aquí pero reposan en otros lugares y a veces en el olvido.
El viejo imperio que alguna vez reinó sobre el mundo homenajea de esta forma a los suyos y persiste en ratificar en la actualidad las simbologías y los mitos que conforman a una nación aun en tiempos de caída y derrumbe de fronteras. La palabra, el saber, la cultura y la tenacidad de algunos los ha convertido en ídolos de sus contemporáneos, como Victor Hugo, el de Los Miserables y Nuestra Señora de París, el poeta, político, dibujante y rebelde cuyo cuerpo fue seguido por miles de admiradores en 1885 hasta llegar para siempre a este lugar lleno de luz, sabiduría e historia.
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