Cada vez que escribo una columna en donde hago referencia al calamitoso tema de Venezuela, me llegan mensajes de crítica en donde me dicen que me dedique a los temas nacionales y que deje a los venezolanos allá tranquilos.
Creo que cada día que pasa en ese vecino país, debe dolernos a todos, por las características fatales que está tomando el régimen imperante, en donde no respeta principios humanitarios, tampoco normas constitucionales y sus expresiones son la reafirmación del totalitarismo, con atropellos que violan todos los derechos elementales del ser humano.
No es más que observar los desfiles de miles de refugiados, las colas de necesitados para obtener elementales productos básicos y las quejas de escasez de medicamentos, para que cualquier observador se llene de angustia y dolor.
Pero lo que aterra en estos momentos es el maltrato a los opositores, a quienes encarcela a su capricho, después para detener las críticas los envía a casa por cárcel, y más tarde cuando quiere golpear, vuelve y los remite al centro penitenciario, con la negación de todas las garantías. Y lo mismo hace con los magistrados que no son de su gusto y con todo aquel que se atreve a expresar una opinión contraria al régimen.
Este estado de cosas obliga una solidaridad internacional; no solo es la defensa del sistema democrático, son las garantías sociales y los derechos individuales; es el futuro de una nación hermana condenada a la ruina y al fracaso.
Un escenario como ese no lo merece ningún país, ni ninguna sociedad, y si el mundo protesta y exige un comportamiento debido, otra será la situación. Cuando la indiferencia reina, los problemas crecen, las injusticias se hacen más intensas y el oprobio reina.
Lo que pide el mundo es un escenario en donde el respeto sea la característica, en donde al ciudadano no se le vulnere impunemente y en donde los derechos fundamentales tengan plena vigencia, bajo la garantía de un Estado justo y de un gobierno consecuente y respetuoso de la ley.
Nos duele Venezuela; nos duele en la entraña; buena parte de su población es de origen colombiano; llevan nuestra propia sangre y el que sea indiferente ante la situación, no es más que cómplice silencioso.
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