De cara a las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2022, pareciera que se están gestando tres opciones que se responden a la realidad socioeconómica que vive el mundo, a la cual Colombia no es ajena. Una del denominado centro, otra de derecha y la otra de izquierda.
Aparte de poder identificar que tan de centro de izquierda o derecha son quienes manejan esta distinción o se adhieren a ella, el elector deberá saber identificar la verdadera tendencia de los candidatos a partir de los hechos, sus actuaciones, sus declaraciones pasadas y recientes, que darán cuenta de su talante para gobernar el país, mejorándolo o empeorándolo. En el proceso electoral de 2022 estará en juego el modelo económico que se ha venido aplicando durante muchos años, basado en la economía de mercado, regulada por intervenciones del Estado en determinados sectores y en diferentes grados.
Si bien es cierto que la economía de mercado –derivada del modelo capitalista– genera varios males, entre ellos la desigual distribución de la renta, causa de la pobreza que afecta a un amplio porcentaje de la población, desmontarla podría ser un remedio peor que la enfermedad, no haciendo a los pobres más ricos, sino generalizando aún más la pobreza y limitando libertades individuales, como ha sucedido en todos los ensayos realizados en el planeta, tal y como lo expone de manera lúcida el economista Daniel Lacalle en su libro “Libertad o Igualdad”.
Multitud de estudios y evidencias empíricas han demostrado que el capitalismo proporciona más riqueza y mayores oportunidades que las economías centralmente planificadas donde todas las decisiones sobre precios y asignación de recursos resultan, no por la dinámica del mercado, sino por decisiones burocráticas de funcionarios que viven entre sueños e ilusiones, ignorando las pesadillas de sus ciudadanos. Advierte Lacalle que para avanzar hacia un modelo capitalista o de economía de mercado que mejore el bienestar general de los ciudadanos se requiere de un “capitalismo social”: un modelo que valora la responsabilidad, el mérito y la recompensa, para que el libre mercado resuelva de manera más eficiente los problemas de la convivencia y la desigualdad. En un modelo de capitalismo social, en lugar de gastar miles de millones de fondos públicos para reducir la desigualdad por medio de subsidios, lo que se pretende es estimular la iniciativa privada para crear una mayor cantidad de empresas con más libertad y menos restricciones burocráticas que les permitan generar nuevos puestos de trabajo, circular la moneda y así crecer. No de otro modo –y menos por decreto o manifestaciones– se lograría reducir la pobreza generalizada; en este caso la intervención del Estado estaría más orientada a la redistribución de la renta que a la asignación de los recursos a un determinado uso.
En este sentido, ninguno de los dos extremos de pensamiento económico –el liberalismo planteado por los economistas clásicos, especialmente por Adam Smith, ni la economía centralmente planificada impulsada por Karl Marx– son la solución en las actuales circunstancias socioeconómicas, mientras el pretendido centro se tambalea sin definir cómo lograr las transformaciones que pretende. Quizás merezca estudiarse a fondo la propuesta del capitalismo social, de Lacalle. Mientras tanto, lo esperable es que cada candidato exponga su proyecto económico, asumiendo sus fortalezas y debilidades, lo que pretende lograr y cómo obtener los recursos para cumplir lo prometido sin hipotecar el futuro del país.
En el mundo contemporáneo para ningún país resulta conveniente sustituir la influencia del Estado en la distribución de recursos por una lógica en la que el mercado sea la única alternativa que permita el acceso de la población a los diferentes bienes y servicios requeridos para garantizar calidad de vida; pero tampoco se debe aspirar a una economía lo mas estatalizada posible, donde no haya lugar a la expresión creativa de los mercados.
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