Una de las causas de la creciente y preocupante inflación, unida al aumento de los precios en los mercados de bienes y servicios en diversos países incluyendo Colombia, es la crisis energética mundial que se está empezando a manifestar, cuyo único precedente ha sido la crisis del petróleo de los años 70 del siglo XX, cuando se interrumpieron las exportaciones desde los países árabes, generando un alza exagerada en los precios de este producto en los mercados internacionales, no sólo básico sino indispensable en la economía mundial. Y dada la creciente demanda energética, la situación actual también compromete al gas natural y al carbón, es decir, a los tres combustibles fósiles, que tienen en común tanto su eficiencia como su poder contaminante. Por otra parte, las fuentes alternativas y ecológicas de electricidad -viento, luz solar y agua represada- son caprichosas, intermitentes e insuficientes, por lo que no ofrecen una solución en el corto plazo, especialmente en los países muy industrializados (para no hablar del biodiésel, la energía nuclear, la inicipiente energía por fusión atómica, ni de las limitaciones técnicas actuales para almacenar electricidad).
No obstante la grave amenaza de desabastecimiento de combustibles, los países de la Unión Europea pretenden cortar este año las importaciones de petróleo, gasolina y diésel provenientes de Rusia. Esta decisión, y la renuencia de la OPEP a incrementar su producción, ha conducido en todo el mundo a un incontrolable aumento de los precios de estos productos y, por consiguiente, de las materias primas y los alimentos que de ellos derivan, situación que también afecta la economía colombiana, y que se agravará en la próxima temporada invernal del hemisferio norte.
Desde luego que los gobiernos podrán sugerir o imponer medidas para racionar el consumo de estos combustibles para porducir energía térmica, motriz o eléctrica y, de paso, disminuir el monto de facturas; pero esto no sería muy halagüeño en Colombia si, como anuncian, plantean incrementar otros precios mediante nuevos impuestos o eliminando subsidios (a la gasolina, por ejemplo); como tampoco resultaría muy benéfico restringir la exploración de nuevas fuentes de petróleo o gas.
Por motivos más geopolíticos que altruistas, Estados Unidos y sus aliados han liberado grandes cantidades de sus reservas petroleras estratégicas, buscando contener la tendencia alcista en los precios del producto en los mercados internacionales. Sin embargo, la demanda sigue superando la oferta, por cuanto China, una vez controlada la pandemia, viene recuperando sus niveles de producción, y aprovechando la necesidad de Rusia de abrirle mercados a sus hidrocarburos, dejando sin consecuencias drásticas las sanciones occidentales.
Lo más grave es que esta crisis afecta la política de transición energética en Europa, que venía avanzando prometedoramente con grandes parques, centrales, proyectos e investigaciones en energías alternativas. Ahora deben recurrir al petróleo, al gas natural e incluso ya “le hacen ojitos” al hasta hace poco despreciado carbón y, de prolongarse el problema, tendrán que reactivar las plantas nucleares. Las soluciones de hoy serán cruciales para determinar el futuro de la humanidad: por un lado, la carencia de energía en un corto plazo desencaderá crisis alimentarias y de inseguridad en todos los aspectos. Por otro lado, retornar a la dependencia total de los combustibles fósiles seguirá ocasionando daños irreparables a un medio ambiente, ya de por sí muy deteriorado.
¿Y en Colombia, qué? Más allá de las buenas intenciones políticas de campaña, vale preguntarse si resulta conveniente en este momento frenar la exploración y explotación de hidrocarburos, y reemplazarlos por combustibles importados. Porque iguales daños producen los extraídos en nuestro suelo, que en los países vecinos; su química es la misma.
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