Es un hecho histórico que los avances drásticos en el control de la naturaleza generan cambios en la sociedad y zozobra en las personas cuando sienten amenazada su forma habitual de ganarse la vida. Primero debió haber sido la rueda y milenios después la imprenta. Luego –desde Galileo- la ciencia moderna entra en acción con su hija la tecnología, y aparece la máquina de vapor. Merece recordarse el nombre de John Henry, un obrero de ferrocarriles afrodescendiente; se cuenta que en 1872 aceptó el reto de un advenedizo vendedor de taladros de vapor –lo último en la tecnología industrial de su tiempo- quien desafiaba la eficiencia de cualquier obrero frente a su máquina. Jhon la derrotó por escasos centímetros, pero colapsó y falleció en el acto. Un siglo después el elelectromagnetismo posibilitó la comunicación inmediata y los motores eléctricos, y del conjunto de varias ciencias nuestra generación ha sentido la utilidad y la amenaza del ordenador, el internet, la robótica y la inteligencia artificial.
Aparte de la explicable zozobra generada, en los tiempos recientes se han visto intentos de detener el devenir histórico, no sólo desde discursos, sino con acciones destinadas a modificar leyes laborales y, lo absurdo, aunque explicable emocionalmente, a la destrucción física de equipos tecnológicos, que además de ser insensibles no tienen la culpa.
De este proceso de “destrucción creativa” han dado cuenta algunos especialistas en análisis prospectivo como Andrés Oppenheimer en su libro “Sálvese quien pueda”, donde plantea que el 47% de los puestos de trabajo que se conocen en la actualidad corren el riesgo de ser reemplazados por robots y computadoras con inteligencia artificial. O sea, mientras las primeras revoluciones tecnológicas devaluaron la fuerza muscular (una excavadora puede reemplazar a miles de obreros), las recientes tienden a reemplazar las funciones mentales en labores socioeconómicas. Así los avances de la tecnología abran nuevas posibilidades de ocupación para nuevas generaciones, les demandan mayor inteligencia, esfuerzo y dedicación. La balanza “tecnología-opciones laborales” cada día se desbalancea más, y este hecho debe ser afrontado con inteligencia y pragmatismo, porque no hay mejor caldo de cultivo para una revolución primaria y destructiva –como lo fue la francesa- que la incapacidad para obtener el sustento personal y familiar de manera decente y sin perjudicar a otros.
Son innegables entonces los riesgos laborales de la automatización y la transformación digital de las organizaciones, y son pocos los escritos dedicados a proponer soluciones y al análisis del potencial para crear nuevas ocupaciones y transformar las existentes. En un trabajo publicado por la Cepal titulado “Cambio tecnológico y el mercado laboral: aportes para la identificación de las ocupaciones emergentes”, Norman Simón Rodríguez plantea que esto puede deberse a que es más fácil entender los efectos de reemplazo que podrían sufrir las ocupaciones conocidas, que entender los efectos constructivos, posiblemente caóticos e impredecibles, de tecnologías cuyo alcance no se conoce aún. Los nuevos puestos de trabajo resultantes de los avances tecnológicos –llamados ocupaciones emergentes- resultan cuando los empleadores necesitan que los trabajadores tradicionales realicen oficios novedosos, que incluso ni se mencionaron durante su preparación académica.
El mundo actual cambia tan rápido que resulta muy arriesgado predecir el inmediato futuro, pero sí es responsabilidad de las instituciones de educación superior estar atentas y al día sobre los nuevos cambios científicos y tecnológicos para formar creativamente a sus discentes, habida cuenta que, como dijo decano de Medicina de Harvard durante dos décadas, David Tosteson, “resulta más difícil cambiar un curriculum que trasladar un cementerio”. Hace unas semanas nadie pensaba que se estaban abriendo las nefastas puertas de una confrontación mundial violenta, explosiva, informática y económica. El Homo Violentus se vuelve a imponer sobre el Homo Rationalis, y esto puede cambiar todas las perspectivas sobre el cambio tecnológico y el mercado laboral. A Einstein le preguntaron cómo sería la Tercera Guerra Mundial, y respondió: “No sé, pero sí sé que la Cuarta será con palos y piedras”.
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