Diana Ramírez Castaño


¿Han pensado por qué hoy es posible que en un mismo espacio confluyan diferentes pensamientos y culturas; o el hecho de que se nos reconozcan derechos, incluso antes de nacer? Si buscamos respuestas a estas situaciones, tal vez comprendamos que para que esto sucediera tuvieron que existir personas que soñaron, sin importar el lugar del mundo donde se encontraran o la época en que nacieron, estas personas soñaron y lo hicieron con tal convicción que convirtieron sus ideas en nuestros ideales.
Esos líderes de quienes hablo se comprometieron hasta el punto de cambiar realidades, esas con las cuales se encontraban inconformes; como que la educación fuera para quienes en sus bolsillos tenían el poder de comprar la sabiduría; o que por pertenecer a culturas diferentes se heredaran odios entre generaciones que se degeneraban a sí mismas.
Las batallas sociales han necesitado quienes las luchen, y no han sido superhéroes quienes las han librado, lo han hecho personas reales que se trazaron objetivos y con compromiso lograron configuraron eso que hoy conocemos como una sociedad moderna.
Si aún no saben de qué les quiero hablar, déjenme contarles una historia acerca del compromiso y cómo este está ligado con la felicidad. La relación es simple: si me comprometo logró objetivos, si logró objetivos estoy cerca de alcanzar mis metas, si alcanzo mis metas estoy satisfecho.
Pero para que esto suceda tenemos que perder el miedo a equivocarnos, siempre pensamos que la peor circunstancia que podemos enfrentar es fallar, yo pienso que es peor que no nos pase nada.
Todos hemos fallado y como lo hemos vivido sabemos que un fracaso temprano nos prepara para una victoria a tiempo. De ahí la importancia de tener claras nuestras prioridades, porque los objetivos de vida no son universales, cuando pensamos que todos deseamos lo mismo es que fallamos como sociedad.
Por esas equivocaciones vemos personas con carreras exitosas pero insatisfechas, personas infelizmente casadas o artistas convertidos en oficinistas, todos cumpliendo las expectativas de un colectivo, sin saber qué quieren ellos, cuál es esa idea que llevarían paso a paso y de la mano, hasta que crezca, madure y con suerte camine sola.
Parece que sabemos mucho de compromisos, siempre estamos adquirimos miles, pero hay diferencias entre adquirir uno y estar comprometidos con algo. Este segundo escenario implica no solo una responsabilidad, sino un deseo. Es ahí que los compromisos pierden la naturaleza de obligatoriedad y las tareas dejan de serlo para convertirse en acciones que hacemos por determinación, porque además de esperar que su ejecución produzca resultados disfrutamos el proceso.
Comprometámonos, no solo con el trabajo o nuestras relaciones personales porque somos más que eso, somos el tiempo que invertimos y el que malgastamos; los retos que emprendemos o los que dejamos a mitad de camino; las decisiones que tomamos o dejamos que otros tomen por nosotros.
Hoy no quise escribirle al lector sino al ciudadano, a quien con su actuar transforma su entorno, pues es allí donde se necesitan los cambios. Es afuera y en lugares que ni siquiera conocemos donde hay personas que están siendo perseguidas por pensar o verse diferente, es afuera que hacen falta oportunidades, esas que podemos crear.
Pensemos por un momento cómo estaríamos relacionándonos con quienes se ven diferente si Nelson Mandela se hubiera rendido por ir preso; qué obras impresionistas veríamos si Vincent Van Gogh hubiera dejado de pintar por no vender; cómo sería el trabajo sin las revoluciones, o cómo sería el mundo si no creyéramos que las cosas pueden cambiar sin importar durante cuánto tiempo se hayan hecho de la misma manera.
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