Hace unos días, luego de enterarme de 2 nuevos suicidios en Manizales, comenté en redes sociales que era urgente avanzar en la ejecución de políticas públicas que logren atender y prevenir este fenómeno de forma efectiva. Frente al comentario, algunas personas preguntaron por la responsabilidad de los padres de familia de las víctimas y otras indicaron que el tema estaba relacionado en alta medida con el consumo de drogas.
Sus opiniones reflejan, por un lado, una alta preocupación debido a que Manizales tiene la tasa más alta de suicidios en el país (9,7 por cada 100.000 habitantes), y por otro, la forma como históricamente se ha valorado este fenómeno localmente, ya que se le considera como un estigma, una anomalía y un hecho que corresponde exclusivamente al ámbito personal o familiar.
Uno de los obstáculos para abordar este fenómeno es lo poco que hablamos de manera significativa sobre él. Además de las menciones en medios de comunicación y la actualización de datos de las instituciones, en las cuales generalmente se asume el hecho como una tragedia y algo que hay que dejar a la órbita privada, son pocos los espacios para el diálogo y la acción alrededor del suicidio. Como señala la filósofa Adela Cortina, este tipo de fenómenos hay que nombrarlos para que existan, ya que según ella, la historia consiste en buena medida “en poner nombres a las cosas, tanto a las que pueden señalar con el dedo como, sobre todo, a las que no pueden señalarse porque forman parte de la trama de nuestra realidad social, no del mundo físico”.
Y es importante nombrarlo, no solo porque es una problemática que le incumbe al Estado, la familia y la ciudadanía, sino también porque todas las personas pueden tener acciones e ideaciones suicidas, todas pueden hacer parte de procesos o acciones que operan como detonantes de estos hechos, pero sobre todo, porque todas pueden ayudar a evitarlo o a superarlo.
El profesor Jaime Carmona ha señalado en sus investigaciones que el suicidio tiene causas multifactoriales y que es un fenómeno que va en aumento en todos los países del mundo, impactando sobre todo a la población joven. Carmona señala que sus causas pueden ir desde ser víctima de abusos en la niñez, haber sido intimidado y agredido en la adolescencia, tener decepciones de figuras significativas o sufrir reveses amorosos y académicos, hasta padecer trastornos mentales como la depresión y la ansiedad, hacer parte de minorías sexuales, étnicas o sociales que son segregadas y marginadas, o sentirse perjudicado por efectos de la posmodernidad y la globalización, como la inestabilidad, la desigualdad económica, la constante incertidumbre, el desarraigo y la falta de vínculos permanentes y significativos.
El reconocimiento del suicidio como una realidad multifactorial hace necesario desterrar el ambiente de fatalidad y lástima de su análisis e involucrar a instituciones, familias y gobiernos en diálogos y proyectos de largo aliento basados en valores como la solidaridad, la hospitalidad, la inclusión y la cooperación, los cuales suelen ser efectivos en el desmonte de violencias individuales, familiares y estructurales.
En una ciudad como Manizales, donde pese a la apertura de las últimas décadas, persisten el racismo, el clasismo, el machismo, la homofobia y la desigualdad, urge vincular políticas de afirmación de la vida en planes, programas, estrategias y presupuestos. Por eso, las metas fijadas en el Plan de Desarrollo respecto a esta problemática son insuficientes, ya que solo se establecieron como propósitos mantener la tasa actual de suicidios y conservar el programa de vigilancia vigente.
Nombrar el suicidio es el primer paso para entender sus causas y manifestaciones, y para plantear que necesitamos de manera urgente construir una sociedad en la que todos sintamos y consideremos que vale la pena vivir.
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