En medio de más morbo que reflexión, fue noticia en Colombia la liberación del soldado Jonny Andrés Ospina, quien aseguró que estaba feliz por recuperar la libertad, pero que se sentía triste porque les había cogido cariño a los guerrilleros del ELN que lo mantuvieron secuestrado por varios días.
En medio de la avalancha de memes y chistes estúpidos sobre la situación de Jonny, no pude dejar de pensar en lo trágico de la situación. La persona que fue expuesta ante las cámaras y los micrófonos es un joven de menos de 20 años que fue obligado -por partida doble- a ser un actor de la guerra: primero, reclutado por el Estado y, luego, secuestrado por un grupo armado ilegal.
Jonny fue incorporado al Ejército aparentemente de forma irregular ya que su mamá, Argenys Ospina, les advirtió a las militares que se lo llevaron que él tenía problemas de depresión y estaba bajo tratamiento. A su corta edad, a este muchacho pobre de Aguachica, César, le tocó vivir la guerra que algunos, por fortuna, pudimos evitar en la adolescencia.
Aún recuerdo que cuando estaba definiendo mi situación militar sólo podía pensar que si era elegido para irme al monte, mi vida se acabaría, por lo cual la mejor opción sería volarme o quitarme la vida. El degradante proceso de ser tocado en los testículos bruscamente por parte de un militar junto a centenares de adolescentes más en un coliseo, me bastó para aborrecer cualquier escenario relacionado con la guerra y para rechazar la autoridad que cree que puede obtener legitimidad a punta de intimidación.
La palpada que me tocó aguantarme es nada, frente a lo que le toca vivir a personas como Jonny. Miles de niños y niñas son reclutados para la guerra en Colombia, un país en el que una persona menor de 20 años es considerada inmadura para muchas cosas, pero lo suficientemente grande para portar un fusil e involucrarse directamente en el conflicto armado y la confrontación violenta.
La Defensoría del Pueblo ha alertado sobre dos fenómenos preocupantes con relación a la incorporación de niños y niñas a la guerra. Por un lado, los actores ilegales, sacan provecho de la ausencia del Estado, la vulneración de derechos como la educación, la existencia de contextos violentos y la presencia de entornos marcados por la pobreza y la desigualdad, para reclutarles por la fuerza o a partir de ofrecimientos económicos o sentimentales. Ni siquiera la pandemia ha evitado que este fenómeno siga sucediendo, ya que solo entre marzo y junio de 2020 se presentaron 36 casos de reclutamiento forzado en los que se involucraron a niños y niñas.
Por otro lado, en el reclutamiento realizado por el Ejército, la Defensoría ha alertado sobre múltiples irregularidades, como la realización de batidas y el reclutamiento de miembros de las comunidades indígenas, hijos únicos, víctimas de desplazamiento forzado, hombres casados y jóvenes que realizan estudios de educación superior, pese a que todas estas incorporaciones están prohibidas por leyes y órdenes de la Corte Constitucional.
En ambos casos, la mayoría de personas elegidas y obligadas a hacer parte de la guerra son niños y niñas de estratos bajos. Los reclutados por guerrillas, paramilitares, bacrim, narcos y bandas sicariales, son generalmente jóvenes pobres, sin conocimiento de sus derechos, desprotegidos ante amenazas externas y que no ejercen un goce efectivo de sus derechos.
Los enrolados por el Ejército pertenecen principalmente a contextos socioeconómicos bajos, como se ejemplifica en el periodo entre 2008 y 2012, en el cual el 82% de soldados bachilleres, el 83% de soldados regulares y el 81% de soldados campesinos, pertenecían a los estratos 0, 1 y 2. En ese mismo lapso, más del 90% de los soldados tenían entre 18 y 21 años.
Igual que Jonny, niños y niñas eran las 36 personas asesinadas por el Ejército en bombardeos y operativos en 2019, como lo denunció Roy Barreras en el Congreso. Niños y niñas son los que empuñan las armas de largo alcance en las calles de Buenaventura. Niños y niñas son quienes disparan contra ellos con uniforme oficial. Niños y niñas, que, como me lo ha explicado Leonardo, un reincorporado que fue reclutado a los 10 años por las FARC, antes de ser combatientes, sicarios o soldados, son víctimas.
Si queremos un país distinto, nos toca seguir construyendo una sociedad que pueda garantizarles a los niños y niñas mucho más que un tiquete para participar en una guerra ajena.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015