Preguntado por el mensaje que le daría a las futuras generaciones, el intelectual Bertrand Russell recomendó hacerse siempre dos preguntas cuando se analiza algo: ¿cuáles son los hechos? y ¿cuál es la verdad que los hechos revelan? Russell amplió el sentido profundo de su consejo, así: “nunca te dejes desviar, ya sea por lo que deseas creer o por lo que crees que te traería beneficio si así fuera creído”.
Estas advertencias no pudieron ser más precisas. En el mundo avanza la imposición de un régimen en el que los hechos cada vez pesan menos, la verdad es opcional y abundan explicaciones “alternativas” ante fenómenos comprobados.
El diccionario de Oxford definió Posverdad como aquella situación en la que los hechos son secundarios e importan más las sensaciones y emociones. La posverdad implica promover algo sabiendo que no es real, con la intención de engañar y hacer que los demás crean eso.
Y existen fuertes motivaciones para promover estas paparruchas, como las denomina Fernando Alonso Ramírez. Detrás de la posverdad, se encontrará siempre el favorecimiento de ciertos intereses políticos, ideológicos y económicos.
Si el Cambio Climático es un invento de los chinos, como señala Trump, esto implica que no se requieren pactos ambientales y no se necesita que la industria de combustibles fósiles, que lo financia, frene su expansión. Si los incendios en el Amazonas son causados por ONG maldadosas, como lo planteó Bolsonaro, entonces los ganaderos y promotores de grandes plantaciones, que lo respaldan, pueden seguir expandiendo sus actividades en la zona. Si los salarios, las pensiones y las condiciones de vida en Colombia son un oasis, como lo ha expresado Duque, sería entonces un error que las reformas promovidas por banqueros y transnacionales, que lo impulsaron y financiaron, fueran obstaculizadas y hundidas.
La posverdad solo es efectiva si hay personas que crean y propaguen los mensajes. Lee Mckintyre analiza este fenómeno en su libro Posverdad, en el cual señala que existen sesgos cognitivos que hacen que las personas sean vulnerables a las falsedades. Por un lado, el sesgo de confirmación hace que se le dé más valor a la información que confirma nuestras creencias y, por otro, un fenómeno psicológico llamado efecto contraproducente, genera el reforzamiento de las creencias propias cuando se presentan hechos que las controvierten categóricamente.
Esto significa que no se necesita demasiado trabajo para que la gente crea lo que quiere creer, lo cual, de acuerdo a Mackintyre, nos dispone “a ser manipulados y explotados por aquellos que tienen la intención de promover sus ideas, especialmente si pueden desacreditar todas las demás fuentes de información”.
Esto no implica que el régimen de la posverdad se haya establecido definitivamente. Movilizaciones sociales como las de Colombia y Chile, y el crecimiento de la oposición a gobernantes que han convertido las mentiras en su máxima fortaleza política, demuestran que cuando las personas son conscientes de los engaños y se reconocen como victimas de sus efectos, la indignación se dispara y la búsqueda por la verdad y la justicia se fortalece.
Si hay consciencia de ella y voluntad de enfrentarla, no es imposible derrotar la posverdad. Hay que mantener una actitud crítica y vigilante, enseñar con el ejemplo, verificar las noticias en múltiples fuentes, analizar la credibilidad de quienes promueven la información, chequear los hechos, confrontar con firmeza a quienes propagan noticias falsas, apoyar a los medios que investigan e incomodan al poder y tomar buenas decisiones electorales.
La verdad sigue importando y en una sociedad democrática tiene que ser un valor compartido por todos, ya que como dice el refrán “tenemos derecho a nuestras propias opiniones, pero no a nuestros propios hechos”.
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