Cristóbal Trujillo Ramírez


Son muchas las críticas que a diario escuchamos sobre la educación pública en nuestro país. Los pésimos resultados en las pruebas nacionales e internacionales, las precarias condiciones de infraestructura, las bajas coberturas de conectividad, el pobre equipamiento tecnológico, los deficientes desempeños de los maestros y los mínimos niveles de bilingüismo son apenas algunas quejas que se encuentran al orden del día. Estas menguan de manera dramática la esperanza de algunos para que nuestros niños disfruten una escuela en condiciones de excelencia, y les devuelva en nombre de la patria lo que les corresponde sin limitación alguna: el derecho al conocimiento.
En varias oportunidades hemos analizado en este espacio la problemática de la educación en Colombia e identificado las causas estructurales que son responsabilidad del gobierno central, específicamente del Ministerio de Educación Nacional, encargado de diseñar la política pública en materia educativa. También hemos denunciado algunas dificultades operativas en las entidades territoriales que administran de manera autónoma la educación en los territorios, y mostrado otras problemáticas que tienen su génesis en las dinámicas propias de los entornos escolares.
Sobre estas últimas, comienzo planteando un par interrogantes: ¿es posible hoy construir una escuela pensada para los niños en Colombia?, ¿puede un puñado de maestros que conforman el colectivo escolar pensar y hacer realidad una escuela al tamaño de los niños?
En un colegio público de Colombia, la mamá de una estudiante le solicitó al rector su autorización para que su hija pudiera usar la sudadera de educación física todos los días, y no ponerse la tradicional falda del uniforme diario, pues la niña trataba de evitarla a toda costa, debido a ingratas experiencias vividas que le provocaron indignación, rabia y llantos de dolor. El rector, tan pronto escuchó las razones de la solicitud, pensó que las niñas deberían tener la opción de vestir falda o pantalón, y se preguntó: ¿por qué el uniforme de diario solo puede usarse con falda?, ¿quién determinó ese mandamiento?, ¿cuál es la razón para que este precepto se mantenga incólume en la historia escolar?
Ante las nulas razones que apalancan tal capricho, el rector consideró la posibilidad para que el pantalón de diario se convirtiera en una pieza del uniforme escolar de las niñas. De inmediato, inició un proceso de reflexión que incluyó el respeto a la dignidad de la mujer, independientemente del traje que luciera, porque no se puede entender el uso de una falda como elemento de provocación, pero tampoco el uso de un pantalón como un antídoto de seducción. Se dejó claro que el uso del pantalón buscaba la tranquilidad, la seguridad, la comodidad, la estética o, simplemente, una preferencia en el gusto de vestir. Lo cierto es que las niñas andan muy felices, y en medio de centenares de cartas que le han escrito al rector, una de ellas dice: “Rector, mil y mil gracias, nunca pensé que iba a tener la oportunidad de vivir en un colegio que pensara en mí”.
Como esta situación, seguramente hay muchas otras que se han perpetuado en la escuela (una escuela que hace siglos se construyó pensando en “todos”, menos en los niños) y que simplemente yacen sin cambio alguno generación tras generación, sometiendo a los niños y jóvenes de hoy a protagonizar una historia que no es la suya. En las nuevas realidades, podemos validar la poca reinvención de la escuela. Por eso, el solo hecho de pensar en la escuela que queremos y de responder por la escuela a la que quisiéramos que asistieran nuestros hijos, ya nos pone en otra dimensión y nos lleva a diseñar una escuela pensada para nuestros hijos que no es diferente a una escuela pesada para nuestros niños.
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