Cristóbal Trujillo Ramírez


Los problemas psicológicos y emocionales son algunas de las principales causas del fracaso escolar y juegan un papel determinante de los estudiantes en todos los niveles de la educación: la básica, la media y la superior. Al sistema educativo llegan seres humanos cargados de motivaciones y afectados por cualquier cantidad de problemas sentimentales, económicos, familiares, psíquicos y físicos que hacen que la acción pedagógica sea intrascendente.
El gobierno y la dirigencia esperan que la escuela resuelva los grandes problemas nacionales: la discriminación, la violencia, la corrupción, la inequidad, el aborto y la prostitución, entre otros flagelos que se han depositado en la escuela para que a través de “cátedras” sean exterminados de nuestra realidad nacional. Pero además de esta dura realidad, lo verdaderamente preocupante es que la misión titánica de solucionar problemas de este siglo se le asigna a una escuela que tiene un formato de hace más de 200 años de antigüedad y que desde hace varias décadas transita por los umbrales de la obsolescencia. Hay bastantes ejemplos que podríamos usar para ilustrar esto, y tan solo me referiré a uno que me hace cuestionar sobre el sentido de la escuela y el tipo de ser humano que debemos formar hoy.
Juan Camilo es un adolescente de 15 años que en la actualidad cursa grado décimo. Aunque nunca ha tenido unas condiciones favorables para su proceso escolar, siempre ha sido un estudiante de rendimiento académico aceptable, de buenas maneras, y quien avanza por su viaje escolar con una maleta repleta de metas, sueños y esperanzas.
Durante el presente año lectivo, empezó muy bien sus estudios, con gran ilusión porque arrancó su ciclo de formación preuniversitaria. Vino la pandemia y con ella, comportamientos extraños e inusuales en Juan eran evidentes día a día. Faltaba a los compromisos escolares, su inasistencia a las clases era constante, abandonó sus tareas, hechos suficientes que hacían pensar que algo pasaba su vida y que alguna situación psicológica o emocional estaba perturbando sus sueños. Se le hizo el respectivo seguimiento escolar y se encontró que una situación familiar era la causa de sus cambios. Se inició la intervención del estudiante y se buscó con afán el contacto con su madre sin hallazgo alguno. Ahí estuvo la sorpresa.
Al finalizar el periodo académico y cuando el profe director de grupo vio las planillas de Juan Camilo, no salió de su asombro al ver que todas las materias estaban reprobadas. Inmediatamente estableció comunicación con él, quien reconoció que había provocado intencionalmente los resultados: “Profe, yo necesitaba que me fuera muy mal académicamente, porque quizá esta calificación con estos resultados tan desastrosos es una prueba suficiente para alegar ante un juez la posibilidad de que a mi mamá le den casa por cárcel”.
Ciertamente la mamá de Juan Camilo se encuentra detenida en un centro penitenciario y esta situación no solo lo ha afectado desde su amor filial, sino que además, a su edad, le ha impuesto la obligación y el reto de tener cerca a su madre. Debo confesar que si esta estrategia fue ideada por Juan Camilo, seguro estamos frente a un prospecto de los mejores juristas que pueda surgir en medio de nosotros, y probablemente cualquier juez de la república acogería su tesis y avalaría la imperiosa necesidad de que su señora madre esté en casa atendiendo las necesidades básicas y fundamentales de sus hijos, porque a todas luces la pena la están pagando sus hijos y ellos son sencillamente inocentes.
Pero deseo hacer notar finalmente cómo estas afectaciones no solo perturban el bienestar de los estudiantes, lo cual hace ya casi imposible los aprendizajes, sino que además les impone otros retos, otras tareas, otras prioridades. Un joven como Juan Camilo no tiene por qué estar ocupándose de solucionar los problemas de sus padres, somos los padres quienes tenemos la obligación y el compromiso de construir el mejor tejido de condiciones favorables para ellos, porque solo así es posible un proyecto de vida.
Hace 200 años la sociedad era otra, las familias eran otras, otras eran las personas, el gobierno era muy distinto, otros eran los problemas, muy diferentes las necesidades; recién celebramos el bicentenario y la escuela es la misma de siempre. Sinceramente me pregunto por el sentido de la escuela para una población tan especial y extraordinaria de la que Juan Camilo es solo un ejemplo.
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