Cristóbal Trujillo Ramírez


La escuela debería ser una caja de música repleta de maravillosas sinfonías que deleiten permanentemente nuestro diario vivir y se conviertan en magistrales partituras de la gran obra vital. En días pasados me encontraba acompañando la final de fútbol-sala del campeonato intercolegiado que se adelanta por estos días en nuestra ciudad. El partido terminó empatado y las niñas tuvieron que definir desde el punto penal. Laura fue una de las tres jugadoras seleccionadas por el profe para ejecutar uno de ellos, mientras que en la tribuna, hacia las diez de la mañana, la acompañaban su mamá, su abuela y una tía; los nervios se apoderaron de ellas se abrazaron, elevaron plegarias al Altísimo y se secaron una a otra las gotas de sudor que hacían mella en sus rostros.
Le tocó el turno a Laura, último lanzamiento, y su acierto las haría campeonas. Tomó el balón entre sus manos, se dirigió al punto señalado y lo puso cuidadosamente, con tacto, como si en ello se fuera la vida. Observó a su angustiada familia, les lanzó un beso y se concentró en la ejecución. Laura no falló el gol del campeonato. Laura marcó el gol de su vida. En la tribuna sus tres acompañantes saltaron, gritaron, lloraron y hasta su abuela rodó por las gradas cuando salió a recibir a su nieta, quien vino a su encuentro con semblante jubiloso. Ese momento, ese día, ese escenario multicolor y ruidoso jamás abandonarán la mente de Laura y con seguridad harán parte de la galería de bellos recuerdos que perdurarán en su memoria.
¡Qué satisfactorio es vivir estos bellos momentos! ¡Cuánto reconforta saber que la escuela es el escenario donde se vivifican estos acontecimientos y cuánto más si se dan en la escuela pública! Escuela que palpita en el corazón de maestros comprometidos, que a pesar de “ser maestros pobres, no son pobres maestros”. Valga la oportunidad para hacer un merecido reconocimiento y elogiar a los docentes de educación física que promueven y acompañan a sus estudiantes en la participación de estas competencias, y que además invierten su propio tiempo, asumen sus propios riesgos y auxilian de su escaso pecunio el transporte de algunos estudiantes. ¡Felicitaciones, profes, ustedes demuestran amor por la labor realizada!
Lamentablemente hay que registrar con tristeza que esa no es la única verdad. No todos los chicos tienen la fortuna de cargar gratos momentos en el baúl de los recuerdos de la escuela y hay muchos seres humanos tatuados con cicatrices imborrables de su vida escolar. Y lo peor: tienen su autoría fresca en el video de su memoria. Regularmente los episodios infortunados han sido provocados por “pobres maestros”, quienes, al no amar lo que hacen, llevan a cabo su magisterio de cualquier manera y así mismo, de cualquier modo, trasgreden la invaluable dignidad humana.
Invito entonces a todos los maestros para que seamos coautores de grandes lecciones de vida de nuestros estudiantes, para que siempre figuremos dentro de sus bellos recuerdos, para que escribamos páginas memorables en el libro de sus vidas y hagamos posible que historias como la de Laura se repitan en la vida de miles y miles de niños en Colombia.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015