Cristóbal Trujillo Ramírez


Quiero cerrar la columna este año haciendo un reconocimiento de gratitud y admiración a mis profes del Instituto Universitario de Caldas y a todos los maestros del país que en este difícil 2020 asistieron dignamente a la histórica cita que la vida nos demandó y asumieron con hidalguía un reto jamás visto que nos obligó a contestar a lista en primera fila en un aula plagada de riesgos, temores e incertidumbres.
Fue sencillamente admirable presenciar el actuar de los maestros, cada uno echando mano de cuanto recurso estuviera a su alcance al mejor estilo de normalista recién egresado para hacer posible que, en este marco de desesperanza, sus estudiantes en cualquier rincón de la ciudad donde estuvieran refugiados de la plaga, accedieran diariamente a sus lecciones, sus enseñanzas y sus palabras de aliento y consuelo.
Motos repartiendo guías por muchos barrios de la ciudad, envío de tarjetas y mensajes de motivación, citación a encuentros personalizados de refuerzo académico, atención en horarios nocturnos y fines de semana porque era la única posibilidad de acceso al WhatsApp, clases pregrabadas en casa, plataformas digitales, encuentros sincrónicos, encuentros asincrónicos, implementación de aulas en YouTube, y, por supuesto, todo el compromiso con la campaña de solidaridad institucional que no solo se nutrió con generosos aportes de profesores, empleados, exprofesores y directivos, sino que también permitió durante este año entregarles a numerosas familias de nuestro colegio ayudas mensuales en mercados, auxilio para servicios públicos, auxilios de arrendamiento, auxilio para equipos de cómputo y hasta una confortable silla de ruedas alcanza a figurar en la canasta de la solidaridad. Porque dicho sea de paso: este acontecimiento histórico para la humanidad y para la escuela nos mostró, entre otras cosas, el rostro de la pobreza y la cara del hambre, ante lo cual mis maestros tampoco fueron indiferentes: tuve la oportunidad de presenciar el gesto de una profe quien envió a domicilio un bocado navideño excelentemente presentado a todos sus estudiantes.
Por eso quiero manifestar mi complacencia y satisfacción, el desempeño de mis profes ha estado por encima de lo esperado. Es suficiente con solo ver, leer y escuchar los innumerables mensajes de padres y estudiantes que tributan la gratitud, la admiración y el reconocimiento al trabajo de la escuela este año.
Como fiel testimonio de lo hasta aquí mencionado, quiero compartir el mensaje que me envió una niña de grado once, quien el pasado viernes recibió su título de bachiller y había ingresado a la institución el año pasado a grado décimo, proveniente de uno de los mejores colegios privados de la ciudad, donde estudió desde preescolar:
“Con ironía puedo decir que pese a estar en la profundización de ingeniería, fue en este lugar donde aprendí que la vida no se resume en números y que tu edad, tus notas o los ceros en tu cuenta bancaria no te definen como persona.
Cuando entré tenía mucho miedo. Fue un cambio demasiado drástico en un momento de mi vida en el que necesitaba estabilidad; no tenía claro a dónde quería llegar, el camino parecía cambiar cada día. Dudé muchas veces de si mi decisión de cambiar de colegio fue correcta y hoy que estoy a punto de graduarme, tras sobrevivir al Icfes y a una pandemia, creo que no tengo nada de que arrepentirme.
En el Instituto Universitario descubrí que de verdad existen profesores bien preparados, que saben demasiado y son capaces de transmitir ese conocimiento. Admiro la manera como lograban que en cada clase aprendiera algo nuevo. Gracias a cada miembro de esta comunidad pude abrir mi mente, conocí el mundo real y me alejé de la superficialidad a la que estaba acostumbrada. Conocí gente real con problemas reales.
Jamás creí que presentaría las pruebas de Estado con tanta tranquilidad, eso también se lo debo al colegio. Dicen que el miedo nace del desconocimiento y tras ver viejas amistades me di cuenta de que yo en verdad sabía. Así mismo, tengo la certeza de que una vez reciba mi título de bachiller por el que tanto luché, tengo un cupo asegurado en la universidad de mis sueños.
Creo que solo me quedan palabras de agradecimiento para el Instituto Universitario, sus integrantes y sobre todo hacia el rector, por darme una oportunidad y aceptarme en este maravilloso lugar. No soy la misma persona que entró hace dos años y seguramente no seré la misma dentro de otros dos años, pero sus enseñanzas siempre resonarán en mí tan fuerte como el primer día”.
Un gran motivo para brindar. ¡Salud!
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