Es oportuno reflexionar sobre las propuestas que hace el profesor Mariano Fernández Enguita, sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, en su libro Más escuela, menos aula: la innovación en la perspectiva de un cambio de época, donde expone con gran certeza los diferentes estadios que ha vivido la escuela. Para provocar su lectura, mencionaré sin desarrollo alguno los seis capítulos que componen el libro: el primero lo titula: “No todos anhelan la escuela”; el segundo, “El triunfo de las instituciones”; el tercero, “Es el aula, estúpido”; el cuarto, “El nuevo entorno tecnológico”; el quinto, “Más escuela, pero no más de lo mismo”, y el sexto, “Profesores: hay vida después del aula”. Espero que estos sugestivos títulos motiven la afanosa búsqueda y estudio de esta maravillosa obra.
Y digo que es oportuna la reflexión, porque su contenido es refrescante en estos tiempos de pospandemia, cuando la escuela pareciera estar sin brújula. En efecto, ella ha sido comparada con una orquesta a la cual le han cambiado sus músicos e instrumentos, pero cuyas partituras siguen intactas. Asistimos a tiempos escolares muy diferentes, con maestros perturbados por las nuevas condiciones, con estudiantes que no son los mismos y emigraron de la escuela cuando el virus los confinó, con padres de familia que ya no tienen los hijos de antes. Y aunque el mundo escolar detonó, su organización desempolva los mismos protocolos para reactivar sus estructuras curriculares y pedagógicas.
La diferencia entre educación y escuela es muy pertinente para estos tiempos. La educación es un abstracto, un concepto teórico, una construcción en el ideario político, e implica la definición de un eje programático en el ejercicio de gobierno. La escuela, en cambio, es un concepto real, un escenario de vida, una dimensión vital de todo ser humano que se construye con la vivencia de quienes en ella actúan; la escuela es, entonces, un tiempo, un espacio, una experiencia que todos quisiéramos repetir. Es allí donde se valida el postulado del profe Fernández: “Hay mucha educación sin escuela, como que hay mucho aprendizaje sin educación”.
Asimismo, la anterior proposición es una invitación a trascender el concepto de aula, porque en esta aún se refleja todo lo que ha caracterizado la escuela moderna: las jerarquías, los objetivos talla única, las tristezas de unos y las frustraciones de otros, la ausencia de espacios para la creatividad, la soledad y la angustia del maestro, rodeado de un espacio físico considerado como el último reducto tecnológico. Fernández Enguita propone efectivamente una potente innovación que trascienda los límites del aula, una que rompa fronteras, que se incruste dentro de las realidades de su comunidad, que mezcle sus realidades físicas con las virtuales, que se ocupe de dimensiones proximales y también de las distales, y que use las disciplinas del saber y del conocimiento sobre proyectos reales que afecten las dinámicas cotidianas.
La obra fue publicada en 2018 y se me antoja casi una premonición de lo que iba a suceder a partir de 2020 con la pandemia; creo no equivocarme si manifiesto que condensa elementos fundamentales aplicables a la realidad actual. Finalmente, considero que el autor critica el statu quo de la profesión docente en el último capítulo y nos exhorta a incursionar en dimensiones como la digitalización, la diversificación y la cientifización, las cuales, sin lugar a duda, posibilitarían el abordaje de una escuela más allá del aula.
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