Cristóbal Trujillo Ramírez


Desde edades muy tempranas se nos ha enseñado que la escuela es nuestro segundo hogar, pues en las comunidades tradicionales es allí donde más tiempo pasamos después de la casa. En la escuela vivimos los momentos más inspiradores y de mayor trascendencia en nuestra vida; claro está, y es necesario decirlo, también en ocasiones lamentablemente allí quedan tatuadas las grandes frustraciones. En la escuela aprendemos las primeras letras, ganamos tal vez la única medalla y vivimos el primer amor, el primer paseo sin familia, la primera actuación, y hasta la primera pelea; es decir, las lecciones que nos deja la escuela son indelebles, y el solo repasarlas en el video de nuestra memoria ocasiona risas o quizá deja que ruede una lágrima sobre nuestra mejilla.
Por eso, prefiero decir que la escuela se convierte en nuestro segundo hogar, porque allí experimentamos vivencias únicas que determinan en buena parte el futuro de nuestras vidas. Ni qué decir de nuestros mejores maestros; con contadísimas excepciones, es evidente que los mejores maestros en la vida de un ser humano los encontramos en la escuela y en el colegio, y de hecho son muy pocos quienes les otorgan este honor a los profesores de la educación superior. Los más bellos recuerdos, las mejores añoranzas y las sabias lecciones se han escrito en las aulas de la escuela, pero además son innumerables las amistades que para toda la vida se han gestado en su seno; por todo ello, y seguramente por muchas otras razones que se me escapa enumerar, es cierto que la escuela se convierte para el ser humano en su segundo hogar.
No es menos cierto que el hogar se convierte en la primera escuela, y de esto poco se habla hoy. En efecto, cuando el niño ingresa a su primer año de escuela, trae consigo una maleta de aprendizajes: canciones, poemas, pinturas, cuentos y, lo más importante, la lonchera de sus afectos y el maletín de sus sentimientos. En el hogar se cimentan las estructuras que definen la fortaleza de futuros aprendizajes, y más allá de los adiestramientos que el niño traiga en sus letras y en sus números, lo que resulta determinante son sus cargas emocionales.
La realidad actual en Colombia es que los niños, al llegar por primera vez a la escuela a sus cinco años, se encuentran signados por muchas tragedias y desventuras: el abandono, la desprotección, la desnutrición, la violencia y hasta los abusos y violaciones se han convertido en una carga tan pesada que difícilmente podrá alivianar la escuela. Esta situación, sin lugar a duda, constituye una de las más grandes tragedias que afronta la educación colombiana; además, la brecha de inequidad en la educación inicial es alarmante, y es un drama tener que aceptar que la ruta escolar de un niño que aún no ha empezado ya está señalada por la tragedia y la inviabilidad.
Aun así, la escuela hace su mejor esfuerzo y procura constituirse en un escenario de esperanza para sus estudiantes; pero de repente encuentra otra desgracia, no solo tiene que luchar contra un pasado que le es totalmente desfavorable, sino que además esa primera escuela, el hogar, sigue afectando los procesos escolares y el niño padece nuevas realidades que generan reacciones desfavorables en sus procesos de aprendizaje: la calle, los vicios, las pandillas, la delincuencia, la promiscuidad sexual, el microtráfico y la explotación sexual, y cuanto virus social existe se constituye en una amenaza permanente para nuestros niños. Y lo más grave es que todo esto sucede en medio de la ausencia total de sus padres o, peor aún, con su patrocinio y consentimiento.
Esta es otra de las crudas realidades que padece nuestra educación más allá de sus aulas, y la lamentable conclusión es que, si el segundo hogar tiene problemas importantes que la hacen poco efectiva y relativizan su calidad, la primera escuela se encuentra en estado crítico y no se otean intervenciones eficaces. Por lo tanto, una política nacional de familia pertinente sería parte de la solución, debido a que jamás recuperaremos la salud de nuestra sociedad mientras la familia siga como se encuentra desde hace años: en cuidados intensivos.
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