Cristóbal Trujillo Ramírez


Para iniciar este año lectivo deseo reflexionar sobre el modelo de escuela que requiere nuestro país, en paralelo con la estructura pedagógica y curricular que hoy la caracteriza. Considero conveniente, para empezar, que pongamos en blanco y negro algunos interrogantes que transitan de manera recurrente el país educativo y son objeto de múltiples análisis críticos de ajenos y propios, expertos y neófitos, a tal punto que se volvieron virales los videos en la web que cuestionan el sentido y la eficacia de la educación actual. ¿Lo que enseñan en la escuela hoy tiene sentido para la vida de las personas? ¿La organización de la escuela por niveles, grados y grupos favorece los aprendizajes? ¿La estructura de los planes de estudio por áreas y asignaturas es conveniente para el desarrollo cognitivo de los estudiantes? ¿Las competencias que busca desarrollar la educación hoy en Colombia son las que se requieren para el desarrollo de la nación? ¿Existe tranquilidad y confianza nacional por las apuestas que en materia educativa adelanta el país?
Pienso que independientemente de las consideraciones que unos y otros tengamos sobre estos interrogantes, lo cierto es que coincidimos en que el sistema educativo en nuestro país tiene profundas falencias. No hay confianza nacional en sus resultados, existen altos niveles de inconformidad en estudiantes, padres de familia y en los propios maestros sobre el acontecer nacional de la educación.
Alejado de los afanes y las fatigas que la bella tarea de formar genera día a día, tuve la oportunidad de reflexionar sobre este asunto en mi periodo de descanso y estoy de acuerdo con las preocupaciones que unos y otros tenemos sobre la efectividad del sistema educativo en Colombia. Podríamos decir que es muy amplia y diversa la gama de reparos que de uno y otro sector se hacen en este sentido. Sin embargo, quise ir más allá y traté de encontrar la causa de ello y profundizar en las vías de la solución.
Sin vanidades y sin creerme poseedor de la verdad, solo con el propósito de contribuir a la discusión, comparto el resultado de mis reflexiones: por un lado, el gobierno diseña políticas que considera saludables para la escuela, y por ello espera que los maestros las apliquemos eficientemente; por nuestra parte, los maestros sentimos que esas medidas son inconvenientes y nos quedamos a la espera de sus reformas; y entre tanto, la escuela se convierte en una barca que navega al vaivén de la fuerza del viento que atraviesa, y sus tripulantes se aferran de cualquier manera para llegar a bordo aunque no se conozca el destino.
Lo más desconcertante de todo esto es que la ruta política y la misión de la escuela en Colombia están perfectamente definidas en la Ley 115 de 1994, que en el concierto latinoamericano es catalogada por expertos como la más progresista. En su artículo 5, por ejemplo, se encuentran definidos los fines de la educación, y son trece diamantes frente a los cuales no hay discusión alguna. Son, en mi criterio, las características de la escuela que necesita Colombia y se diseñaron desde hace más de veinte años con una amplia participación del país educativo, que determinó un modelo de educación que no ofrece discusión. Pregunto entonces: ¿Por qué aún no se aplica? ¿Por qué los maestros seguimos esperando lineamientos? ¿Por qué las autoridades no desarrollan estos preceptos de la ley orgánica?
Propongo a las autoridades gubernamentales, a los docentes y directivos que hagamos un pacto de fidelidad frente a ese artículo 5 de la Ley General de Educación, que nos dediquemos unos y otros a honrar con nuestros actos lo allí preceptuado y que nos demos la oportunidad de modelar esa escuela que se propuso desde hace más de dos décadas y que todavía yace en los estériles renglones de la normatividad colombiana.
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