Cristóbal Trujillo Ramírez


Definitivamente el virus covid-19 ha mutado todas las lógicas de la existencia humana y se ha convertido en un punto de quiebre obligado, cualquiera sea el análisis que uno pretenda abordar. Algunas situaciones han sido modificadas sustancialmente por la nefasta afectación del virus, y otras existían desde antes, pero la pandemia las ha revelado. Precisamente a uno de estos aspectos me quiero referir en esta oportunidad y espero que motive la reflexión juiciosa y el sensato discernimiento de los argumentos.
Cuando se hace referencia a los resultados de los colegios en pruebas estandarizadas, como Pisa o Saber, o aún cuando se analizan las cifras de acceso de los estudiantes a las universidades públicas principalmente, el desequilibrio y la brecha de resultados entre la educación oficial y la privada son alarmantes. Leer los titulares de artículos, periódicos y revistas es más que suficiente para advertir sin temor a equívocos el desarrollo de sus contenidos: “Ni un solo colegio público entre los cien mejores”, “Se rajó la educación pública”, “Los públicos perdieron el año”, “Por eso hay que pagar educación privada”, “La educación pública, gratis es cara”, “La educación pública al garete”, y un sinnúmero de escritos que a todas luces rechazan los resultados de los colegios públicos y exaltan los mismos en los colegios privados.
Debo decir también que dicha situación se repite año tras año, prueba tras prueba, y bien podríamos cambiar las fechas de los artículos de años anteriores y publicarlos como si se tratara de un presente y tendrían todo sentido, toda lógica, porque la situación es la misma. Permítame usted, amigo lector, agregar que, en la inmensa mayoría de los análisis de causalidad de esta crítica situación, el factor económico es el que más tiene peso representativo. Esto quiere decir que las inmensas brechas entre la educación privada y la publica tienen su esencia en lo económico: la educación privada es para los ricos, mientras la educación pública es para pobres. La escasez de recursos, los bajísimos presupuestos y las raquíticas apuestas económicas por la educación pública son la causa de los malos resultados, y además porque al gobierno le conviene que su pueblo no reciba educación de calidad; ese es un privilegio de los hijos de los empresarios y de los dirigentes de la nación, arguyen desde los sectores populares los más enconados críticos.
Yo quiero plantear inicialmente que los bajos resultados en las pruebas externas de los colegios públicos constituyen una realidad incuestionable, pero es válido y oportuno cuestionar si ese indicador, por sí solo, mide la calidad de la educación. Yo creo que no, la calidad de la educación implica una multiplicidad de factores que no se miden en estas pruebas, que solo miden la cognición y dejan por fuera dimensiones tan importantes como aquellas que determinan la estructura de la persona misma. Sin embargo, ese será motivo de otras reflexiones y por ahora deseo contrastar la afirmación que hemos venido tejiendo precisamente con lo que está sucediendo actualmente en medio de la pandemia.
Veamos algunos titulares de revistas y periódicos de los últimos días: “600 colegios privados al borde del cierre”, “La educación privada en crisis económica”, “Colegios privados a la quiebra”, “Jardines infantiles cierran puertas”, ”Colegios privados piden salvavidas”. Del desarrollo de esos contenidos se deduce una situación financiera crítica ocasionada en el desequilibrio entre la ausencia de ingresos y los costos fijos de operación que no cesan: arrendamientos, nóminas, impuestos, prestaciones sociales, aportes, entre otros. Para cualquier lector es una situación que en poco o nada está alejada de la realidad. Mientras que en el sector oficial el panorama financiero es bien diferente: nóminas al día, servicios públicos corrientes, arrendamientos sin canon, impuestos sin causación. Pienso entonces que la pandemia ha develado precisamente el aspecto financiero y presupuestal como una debilidad de los privados y una fortaleza de los públicos. ¿Por dónde buscamos ahora la principal causa de la odiosa brecha de los resultados? Queda abierto el debate.
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