Cristóbal Trujillo Ramírez


Por naturaleza, el cuerpo es nuestra más digna morada, el escenario donde no solamente habitan las emociones, los sentimientos, las pasiones, las virtudes y los talentos, sino también las enfermedades, los defectos, las limitaciones y las angustias. No dudo de que el cuerpo es lo que alimentemos, y por eso nuestra salud física, mental y espiritual se corresponde proporcionalmente con el conjunto de sustancias que ingerimos. Resulta entonces primordial que padres y maestros nos ocupemos de formar a nuestros hijos y alumnos, respectivamente, en estas cuestiones que trascienden la vida del ser humano y que son, en últimas, las que determinan su estado de salud y sus niveles de felicidad.
Me ocuparé entonces del cuidado del cuerpo físico, porque considero que allí tenemos una tarea pendiente, por lo menos en la escuela, y quisiera empezar planteando algunas cuestiones que me suscita este tema y que orientan el sentido de mi reflexión.
¿Es ajeno a la escuela el propósito de alcanzar y mantener un cuerpo sano? ¿Tener un cuerpo sano es una competencia claramente definida en el currículo de la escuela? ¿La organización del plan de estudios y de la malla curricular da respuesta al propósito de la salud del cuerpo? ¿El componente escolar de educación física, recreación y deportes posee la fuerza estructural para apostarle a este digno propósito? ¿Hacen parte de las prioridades institucionales el componente nutricional, las tiendas escolares, los hábitos de vida saludables y las rutinas de acondicionamiento físico?
Considero que abordar estas reflexiones nos pone la realidad en blanco y negro, y no es difícil prever las respuestas a estos interrogantes, sencillamente porque en Colombia formulamos políticas desde el alto gobierno que responden al desarrollo de principios constitucionales, pero no alcanzan a materializarse en efectivos programas. Así, por ejemplo, formulamos una ley nacional del deporte, pero los niños de las escuelas públicas de Colombia no tienen al profe de educación física; promulgamos una ley nacional de fomento al arte y a la cultura, pero las escuelas de Colombia se tiñen de tonos grises y oscuros porque no hay espacio para que las notas musicales, los pinceles, las máscaras y las danzas armonicen el mundo de los niños.
Pero si bien es cierto que al Gobierno nacional y a la política educativa en Colombia les asiste una gran responsabilidad en este abandono, también es importante hacer la reflexión del impacto que viene teniendo la presencia de los licenciados en educación física, recreación y deportes en las instituciones educativas, y en honor a la autocrítica y al autoexamen, muchos de ellos, aunque cargados de significativos créditos en su formación académica, apenas alcanzan a motivar a sus estudiantes para que se jueguen “un picadito” en la hora de clase. Pero como si todo lo anterior fuera poco, tampoco hay en las escuelas públicas la dotación y el equipamiento necesarios para fomentar la actividad física y los hábitos saludables; este trascendental aspecto no concita la voluntad y el interés de muchos directivos que no ponderan el cuidado corporal con la importancia y la trascendencia requerida, seguramente porque andamos demasiado ocupados con las pruebas estandarizadas de las evaluaciones externas.
El cuidado de nuestro cuerpo es de suma importancia, de suerte que hay que dignificarlo por medio de su buen uso, protegerlo de riesgos y amenazas, alimentarlo saludablemente y estimularlo por medio de la actividad física. Cuidar el cuerpo ha de ser un imperativo de la familia y de la escuela, razón por la cual padres y maestros debemos ocuparnos de ello con el mismo afán que nos inquieta la formación académica de nuestros hijos y estudiantes; además, debemos hacer de nuestro cuerpo un recipiente de energía saludable y un culto a la creación más digna de la naturaleza: el ser humano.
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