César Montoya


Una anécdota folclórica sirve de prólogo al contenido de este escrito. Guillermo Pardo Sanz fue un político pereirano que hizo intenso proselitismo conservador en el Gran Caldas. Garboso, bien vestido, rostro suavemente bermejo, de mirada apacible. Fue parlamentario. Éste puede ser, en el recuerdo, el comienzo de uno de sus discursos: “Señores conservadores: Esta plaza tiene una agricultura que se hunde en la historia de Colombia. Es bella, miserable y gloriosa. Llegamos aquí, así tenía que ser, porque en las alturas está Dios y la Virgen Santísima. Somos una fuerza y allá arriba en esas montañas de color morado, un poco pálidas, arriba, arriba y más arriba, igualmente abajo y más abajo se entierra pero resucita, como peldaño incontenible, el glorioso Partido Conservador. (El orador subía el timbre de su gruesa voz trémula, sacudía los brazos en alto y el público alelado con tan hermosa retórica, estallaba en aplausos. Su intervención -toda- era similar a lo transcrito).
Hablar en público no es fácil. Asustan tantos ojos que se clavan en el orador, molestan los ruidos, se enreda el hilo de las palabras y, peor aún, a veces (casi siempre) el Espíritu Santo es cicatero y niega la asistencia de las musas. Si usted es primíparo lo amilana el micrófono, no maneja su distancia para los impactos sonoros, le sobran las manos, y el cuerpo es un montón de carne ingobernable. Dicen que se aprende a hablar. Mentira. Siempre se es un novicio en la tribuna. Si usted se llama Silvio Villegas el público espera una intervención conmovedora. Por norma general así eran sus catilinarias. Soberbio, fluido, hiriente, metafórico. No obstante, Silvio en carta enviada a un amor secreto que tenía en Manizales, textualmente le escribió: “Me da terror hablar en público”. ¡Semejante pantera!
Tuve el honor de ser su compañero en muchas giras por municipios y villorrios. Era sensacional. Pero también frecuentes fueron sus descensos inspirativos. No concatenaba, huía el adjetivo apropiado, no acertaba en el clamoroso final. La gente espera que uno hable bien, me decía, y ese reclamo se convierte en un suplicio.
Los que fabrican opinión hacen comparaciones. Que Óscar Iván Zuluaga es torrencial y macizo, Jaime Ramírez Rojas turpial con la prosapia del verbo, Augusto León Restrepo pedagogo y sapiente, Luis Emilio Sierra diserto, Adriana Franco con iluminación volcánica, Jorge Hernán Aguirre ilustrado y jurista, Arturo Yepes de tropos abundantes, Ómar Reyna despejado y concreto, Tony Jozame intelectual y pensante, Jorge Hernán Mesa mieludo, Nicolás Aguilar exquisito en su léxico, Jorge William Ruiz fresco en ideas, y así, a todos les hacen contabilidades en esa difusa academia valorativa.
Estas reflexiones tienen un antecedente. Bajo la batuta directiva de Ómar Yepes Alzate cultivamos un almácigo en donde retoña una nueva generación conservadora. Sus nombres nunca han mojado prensa, no han tenido contacto con figurones electorales, nada saben del ágora, todavía calientan bancas universitarias, pero todos le buscan rango a un Yo ganoso de importancia. Comandos, no tropa. Capitanes, no morralla sobrante.
Pasaron el ensayo. Cada uno intervino en un mosaico multicolor. Disertos sí, elocuentes también. Llegan sin timidez de pueblos lejanos, unos adinerados y otros con morrales cargados de ilusiones, con la briosa intrepidez que no quiere placidez burguesa, ni molicie tranquila, sino riesgos, enfrentar con decisión la lotería de la vida, aceptar la competencia entre los mejores, derribar obstáculos, subir al combo cielo de las estrellas. Alejandro Bedoya Ocampo, Juan Diego Aguirre, Jorge Eduardo García, Aldemar Tello Ramos, Jacobo Mejía Restrepo, Alejandro García Osorio, Santiago Carvajal Garcés, Camilo Andrés López, David Guillermo Patiño, Laura Arroyo Cisneros, Daniel Felipe García. De esos nombres saldrán nuestros futuros alcaldes, concejales, diputados, parlamentarios, gobernadores y por qué no, presidentes. Con todos ellos decidimos, a partir de febrero del año próximo, montar una cátedra de oratoria. Alguna aula nos prestarán para botar el miedo a los balcones. No tendremos maestros. Todos seremos alumnos, eliminaremos defectos, corregiremos extravíos verbales, y cada uno será un remedo de Cicerón.
Con estos mozalbetes de oro vamos a hacer política. Nos meteremos a los campos, visitaremos municipios, nuestra doctrina será llevada como viático a cerebros receptores. Seremos conquistadores con vitalidad renovada, con el ufano talante de una tradición egregia, al compás del glorioso himno conservador, arropados con el intenso azul de nuestra bandera.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015