César Montoya


1º En prólogo de siglos, la lujuria destrozó la inocencia en el Paraíso Terrenal. Adán, incitado por Eva, comió de la fruta prohibida. Mark Twain escribió un malicioso opúsculo titulado “Diario de Adán, Diario de Eva”. Son apenas 73 páginas que menudean los atisbos y descubrimientos de Adán, deambulando solo, con mirada arisca al verse en medio de una naturaleza exuberante, escuchando el expandido eco de su voz cuando gritaba para buscar respuestas en esa infinitud.
De pronto vio un animal que le pareció un canguro, de manos cortas y piernas ágiles que caminan, y exclamó: “Este ser nuevo, de cabello largo, estorba mucho”. Es hechizante conocer cómo se relaciona la pareja en el asombroso edén, revestido con ondulantes montañas y ríos musicales, poblado, sin saber cómo de irracionales, con un disco arriba que ilumina y una bola roja que de noche riela por el cielo.
Eva que también ha descubierto al bípedo, lo persigue, pero afirma que es “retrechero”. Busca su compañía y cuando Adán la rehuye siente tristeza. Por vez primera, Eva fue abatida por la melancolía que producen los rechazos y la ausencia, y luego la alegría de los reencuentros. La deglutación de una manzana, arrancada del árbol dañino, sintonizó la pareja en el milagro de las químicas que abren las secretas compuertas del placer.
2º- Dos mujeres rondan en las alternativas bélicas de Troya. Aquiles mató al esposo de Briseida y se amarteló con ella. Después el rey Agamenón se la arrebató. Deprimido por el despojo, se desquitó. En el cerco a la ciudad de Príamo, el legendario combatiente se retiró a uno de los corvos bajeles que los Mirmidones tenían flotando sobre el bailante Ponto. Los Teucros derrotaban a los Aqueos y en el desespero de los infortunios, el rey envía una embajada a la tienda de Aquiles para saturarlo de promesas con el solo compromiso de ponerse al frente de sus ejércitos. De las muchas que le puso en bandeja, manifiesta: “le daré siete mujeres” y “veinte troyanas que más hermosas sean”. “De las tres hijas que dejé en el alcázar bien construido, Crisótemis, Laódice e Ifianasa, llévese la que quiera”. Por último el rey expresa: “le entregaré la hija de Briseo”.
La historia registra la seriedad de Agamenón para cumplir con su palabra. Terminada la guerra, Príamo visita la tienda del Pelida. Le dieron albergue para pasar la noche y encontró que Briseida, acurrucada y melindrosa, pernoctaba con Aquiles. Era glotón el belicoso aqueo por las hembras atractivas que terminaban siendo su botín. Decía que después de cada lid “…me llevaré oro, rojizo bronce, mujeres de hermosa cintura…”.
3º. ¿Qué encantos físicos tendría Helena, esposa de Menelao, secuestrada por París y concubina de Alejandro”…. “que tantas veces mudó de marido” como lo escribió Esquilo en la tragedia Agamenón? ¿Cómo dormiría, las piernas tibias entrecruzadas con las de su amante, relajada en actitud de entrega, con sueño alerta a los toques eróticos, los párpados caídos plácidamente, los duros senos con vaivén provocativo, con escondida corriente por entre su morichal afelpado de suaves pelusas? ¿Cómo serían de agitados los himeneos, dulces sus lamentos y suaves los letargos que la dejaban extenuada?
¡Diez años! batallaron noche y día los aqueos para lograr el rescate de Helena. La mente cabildea sobre la fragancia de esta diva, sus complacientes fuelles tentadores, su perfume excitante y la exprimidora y escondida ganzúa que atenazaba en los jolgorios íntimos. No obstante su embrujo, en las tragedias griegas la estampillan como “la funesta Helena”.
¿Qué se hizo la mujer de Menelao? Volvió al sometimiento de su esposo. Pero según Eurípides, Apolo le manifiesta a Orestes: “…Yo la salvé y la rescaté lejos de tu espada a instancias del padre Zeus, pues es preciso que viva, como hija inmortal de Zeus…”.
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