Carolina Martínez


Yo sí hubiera querido ser hombre. Es más fácil, me parece. Si yo hubiera sido hombre tendría músculos y no tendría miedo; a una calle oscura, a montar en taxi, a llegar de noche. Ni a bailar sola en la playa. O irme sola a un concierto. A un viaje. A un bar. A una playa nudista.
Si yo fuera hombre sería tan irresponsable como ellos y no mediría el peligro. El conductor que me habla querido en el taxi no sería una amenaza. Es más, si llueve y estoy en la calle, me monto en uno y me voy, así no más, como si nada. Manejaría mi carro, sola o acompañada, hasta el fin del fin. Si hubiera sido hombre hubiera hecho camping con mis amigos, y quién sabe, hasta me gustarían las motos y me iría en una a recorrer el mundo.
Los hombres pasan más bueno. Van solos a las fiestas sin que nadie los critique. Aprenden a cambiar llantas y si manejan por una carretera solitaria no van muertos del susto. Pasan un túnel oscuro sin saber qué hay al otro lado. Son más osados los hombres y también menos locos. Más simples, menos cursis, más felices. Los hombres pueden tirar y no enamorarse de su amante y no tienen la necesidad de decir te amo después de hacerlo. Comunican menos, por lo que se arrepienten menos de sus palabras.
No quedan embarazados, eso es fundamental. Si yo hubiera sido hombre hubiera entendido que las mujeres son así porque todas son madres potenciales. Sabría que ellas están hechas de otro material, de uno que crea la vida con su propia sangre, y entendería que son tan fuertes como su vientre y tan frágiles como sus huesos.
No tendría yo que ver telenovelas. Vería fútbol, que idiotiza más. Pensaría que son más importantes los goles de Messi que su historia de amor eterno con Antonela y su hermoso matrimonio con dedos tatuados, con hijos y con todo. Entendería que lo que hace a Macron un hombre grande es haberse enamorado de su profesora Brigitte a los quince años cuando ella tenía cuarenta. No tendría que cocinar. Si no hubiera almuerzo no sería mi culpa. Y además, no tendría por qué saber quiénes son las lobas de las Kardashians, y jamás, jamás habría visto Quién tiene la razón o Casos de familia.
No me maquillaría ni le tendría pavor a un gordito en la cintura, no tendría que combinar la ropa cada día ni hacer tantas compras para ser feliz. No conocería la envidia. Bueno, tal vez sí, pero del taller de herramientas de un amigo. Pero no sabría lo que es esa envidia de querer los zapatos de otra, o estar en ellos, así aprieten. Si después de ser mujer yo fuera hombre, comprendería perfectamente por qué dicen que es mucho más letal la envidia de una amiga que el odio de un enemigo y sabría también por qué a las amigas no se les puede contar lo regio que es un novio en la cama.
Es muy probable que si hubiera sido hombre entendería por qué carajos los hombres siempre quieren. Por qué no les gusta más una mujer que es capaz de abrir el corazón y no las piernas. Y por qué se aprovechan después de lo que dice una mujer cuando abre su corazón. Y si fuera un hombre inteligente podría yo saber que no importa el por qué, pero en el alma de una mujer se quedan para siempre esas palabras que no se borran con un ramo de rosas ni un lo siento. Sabría que el por qué está más allá del entendimiento, pues las mujeres no nacieron para ser entendidas ni les importa, lo importante es adorarlas siempre porque ellas son princesas únicas por su inconmensurable esencia.
Así no sepan poner chazos ni claven puntillas ni espanten mariposas negras ni arreglen lámparas ni maten ratones o arañas. Así no cambien llantas y así tengan miedo de estar solas. Así, así yo las amaría. Hasta el fin del fin. Así como ellas aman, que es distinto.
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