Carolina Martínez


Encerrada con llave en casa desconocida en otro continente, encartada con una maleta de 80 kilos, 1.500 dólares en la cartera, 18 años cumplidos, nadie que me espere y sin teléfono celular, sería perfecta candidata para cualquier organización internacional de trata de blancas. Pero no pensaba en eso aquel amanecer helado recién llegada de Colombia a Brighton, Inglaterra, cuando trataba de dormir en ese sofá frío pero generoso que me ofreció una joven pareja inglesa al ver que no tenía dónde quedarme.
Eso sería lo que pensaría hoy. Pero hace 35 años no sabía aún de trata de blancas. La verdad yo solo pensaba en comer: En este silencio solo se oyen mis tripas como un eco que retumba en las paredes, decía en la carta a mis papás, que les llegó con estas preguntas un mes tarde: ¿Qué hago? daría lo que fuera por hablar con ustedes y me dijeran qué hacer ¿Me voy de aquí por la ventana y les dejo la maleta? ¿O me quedo y me duermo tranquila como si esta fuera la cama que me esperaba después de tan largo viaje y un año de preparativos para venir a este país? Esta gente de todas maneras es muy rara, me parece que no tiene mucho sentido que me encierren, si es que más indefensa no puedo estar y tampoco creo tener cara de ladrona.
En el apartamento de al lado -donde no había nadie y donde yo debería estar- sonaba el teléfono, una y otra vez, y el que estaba al otro lado del mundo llamándome era mi papá ¡Qué cosa más absurda! No poder contestarle, ni mandar un email o siquiera un mensaje por Facebook. Y tener un teléfono con candado junto a ese sofá y no poder usarlo, porque antes, en el siglo antepasado, llamar al extranjero valía una fortuna. Dicen que si comparamos el desarrollo de la humanidad con un día, en los últimos cinco minutos se ha avanzado más que en el resto de las 23 horas y 55 minutos. En 1985 aún no empezaban los cinco minutos. Pero empezaba mi angustia de vivir en un país ajeno. Ajeno a mí y a todo lo que yo era. Y lo que soy. Cuando pienso en Brighton y en Londres me da frío.
Decidí irme apenas me sacaran. Les dejaría la maleta y me iría al aeropuerto a comprar un tiquete a San Andrés y allí me quedaría unos días antes de llamar a mis papás con los dólares que me quedaran después de hospedarme en el mejor hotel del lugar más divino del planeta, y entre sueños empecé a repasar todo lo que dejaría atrás, es decir, lo que había en la maleta, y ahí estaban las tres bolsas de café por las que había renegado tanto cuando el señor de la agencia por intermedio de la cual me mandaron a mi cruel destino me había pedido el favor de entregárselas a una alumna del colegio donde yo iba a estudiar. Maritza. Cuando oí la llave en la cerradura y me abrieron la puerta ya tenía en mi mano el paquete de las bolsas con el número del teléfono: Le hice señas a los dueños de casa para que me dejaran llamar y ellos lo permitieron solo porque venían a decirme que me fuera ya. No me ofrecieron ni un vaso de agua. Me llevaron a la casa de Maritza con maleta y todo, aunque yo se las quería dejar. La bajaron del carro y se fueron rapidito.
Maritza vivía en una residencia de estudiantes y la dueña me dio de comer y me dejó dormir y bañar. Y lo más importante: llamar. Hablé con mis papás, y después se supo que Jeane Adkins no me esperaba porque le dieron mal la información de mi llegada y estaba segura que era el fin de semana siguiente. Esa noche de domingo Maritza se iba a un pub con unos amigos y me llevó. Allá comí más y tomé gin & tonic hasta calentar mi alma sin irme a San Andrés. En mi carta no lo digo. Pero me emborraché y todo me parecía un sueño, con un tono gris de pesadilla parecido al cielo que cubría mi exilio voluntario.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015