Carolina Martínez


Los manizaleños somos andaluces. Y si no, pues creer es ser, y olé. Y a los que no somos, pero vivimos en Manizales o pasamos por ahí, se nos pega; y así todos tenemos los mismos ancestros paisas que los antioqueños pero no somos paisas somos sevillanos. Y por eso tenemos la mejor feria de América. Y no me vayan a decir que “tenemos” suena a paseo y que mis apellidos Martínez Bretón no son de la Manizales rumorosa, pues me he ganado el derecho a ser andaluza porque crecí en esas faldas y mi mamá vive allá y además en Manizales guardé las cenizas de mi padre y mi corazón con él. Y sobre todo, porque quiero. Y porque bailo igualito a Rosario Flores, que eso es muy importante, no tanto hacerlo, sino creerlo, porque creerse, es mejor que ser.
No me acuerdo de mi primera corrida, porque no tengo recuerdos de cuando no pensaba. Empiezo a tener imágenes como a los diez, iba a toros con mi papá, para ver a mis amigos. Y a que me vieran. Y que vieran que yo era como ellos, me gustaba ver morir toros atravesados por una espada. Y ellos iban a lo mismo.
Y es que lo bueno es todo, menos eso. Las trompetas, clarines y timbales retumbando en una tarde de sol y arena. Ni se compra ni se vende. Toreros papasotes forrados en sus hermosos trajes de luces. No hay en el mundo dinero. Gente linda. Jerez helado repartido en botas de júbilo y azucena. Ay Manizales de armiño. Me duelen los ojos de mirar sin verte ¡reniego de mí!
Pero reniego hoy. No de haber visto danzar bajo tu cielo de rosa a Palomo Linares, Ángel Teruel, Enrique Ponce o Paquirri. A Espartaco mucho menos. Pero vivimos otros tiempos. Tiempo de seres sintientes. Por eso ahora me gusta más el cante y el baile, que el muerto. Al torito que es bravío y de casta valiente lo quiero ver vivo y enamorado de la luna. Ya no voy a corrida, a la última me invitó mi papá y fui por darle gusto, pero no pasé bueno y esa noche me enfermé. No vuelvo. Ni por ver a los toreros puedo soportar el sufrimiento de un toro humillado, atrapado, burlado, dolido, y todo para que al final lo maten y nosotros aplaudamos. Ya no. Lo que hay que hacer es besar su frente como lo hacen los romeros de los montes. Porque sienten, ya no hay duda, lo dice la Ley 1774 del 6 de enero de 2016.
Y para el Ministerio del Interior, los animales, por esta condición de seres sintientes, deben ser protegidos por el Estado. Y van a acabar la tauromaquia en todo el territorio nacional ¡Ay Manizales del alma! por estos días el ministro Juan Fernando Cristo llevará al Congreso un proyecto de ley que prohíba las corridas de toros, el rejoneo, las novilladas, becerradas y tientas. Como dato curioso, es muy raro que un documento de estos empiece inspirado en una frase, pero en este caso el gobierno encabeza su propuesta con una de Gandhi: La grandeza de una nación y su progreso moral se pueden juzgar por la forma como son tratados sus animales.
¡Ay pena penita pena! Estamos a tiempo de asimilarlo. La fiesta puede seguir siendo brava. Podemos ir a las plazas a los cantes y los toques, no hay que matar al duende tampoco. Nos podríamos ir vestidas de manolas y los hombres de toreros… ¡ay no! que depresión ver maridos disfrazados de toreros… pero entonces que lleven mataores que bailen y zapateen pero sin matar a nadie, y les tiramos claveles, y que suenen las palmas y castañuelas y todo el que quiera baile y cante como un potro desbocado que no sabe a dónde va. Hasta se podrían ver videos de faenas inolvidables que quedaron para la historia y que no se repetirán, porque estarán prohibidas. No es necesario ver la sangre brotar del cuerpo de un bello animal para ser lo que queramos ser, y oleee.
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