Los efectos políticos de la paz llegaron como una tempestad acompañados por los rayos y truenos del escándalo de Odebrecht. La seriedad con la que las Farc están cumpliendo los acuerdos de La Habana dejaron a Álvaro Uribe y a su corte patinando sobre el fracaso de sus tácticas de dudosa ortografía para hundir los acuerdos. Sin Farc Álvaro Uribe carece de discurso y de propuesta. Sin enemigo a la vista sus discursos de miedo basados en suposiciones y mentiras pierden fuerza y con ello electores medrosos.
Lo que le quedaba (el odio a Santos), el discurso antimermelada, su hipócrita prédica de la honestidad desde el turbio pasado de los miembros de su gobierno condenados por los altos tribunales, se derrumbó por las revelaciones que el Departamento de Justicia de EE.UU. hizo públicas sobre los sobornos de Odebrecht. Lo dejaron desnudo y sin candidato para las elecciones del 2018.
Zuluaga y Duque asistieron a reuniones en Colombia y en Brasil para recibir millones de dólares en efectivo y en especie para su campaña presidencial del 2014; esa es la manera de vender el alto interés nacional por anticipado comprometiéndose a torcer la contratación pública a favor del donante. Esta conducta está cerca a la traición a la Patria.
De otra parte, el mismo socio y testaferro de la familia Uribe, Otto Bula afirma que le entregó a la campaña reeleccionista de Santos un millón de dólares de la corrupta firma brasilera evidenciando que Uribismo y Santismo son las dos caras de la misma falsa moneda, que la pelea no es ni ideológica ni política, es por el botín del poder y por el aserrín que cae de la contratación. Allí no cambió el gobierno, cambiaron los contratantes, no los contratistas porque estos son los mismos con las mismas prácticas sucias y excluyentes.
En la misma línea, Vargas Lleras a pesar de los privilegios indebidos de los que ha abusado regalando “casitas de fósforos” y adjudicando megacontratos a diestra y siniestra no logra calar en los electores. Su mal explicada cercanía con los Ríos Velilla, su mal genio y mala educación, sus empujones y coscorrones, la soberbia altanería en el trato con los colombianos de a pie, su complejo de superioridad inocultable y lo peor, sus alianzas políticas con asesinos, paramilitares y delincuentes, despiertan la desconfianza de las mayorías. Ni su coqueteo con los enemigos de la paz, ni su deslealtad con el gobierno atraen a los desencantados del uribismo y espantan a los amigos del gobierno.
En este escenario de decadencia moral, ideológica y política, donde se está revelando la enorme profundidad de la vergonzosa corrupción del sistema, se impone una coalición de políticos honrados y ciudadanos para una regeneración que nos devuelva el Estado secuestrado, que limpie y enderece la administración pública y la ponga al servicio del bien común y no de los contratistas corruptores y de los grandes grupos económicos que extraen la riqueza de los colombianos y la invierten en el exterior sin crear un solo empleo nuevo para nuestros jóvenes.
Debemos apoyar sin dudas y sin vacilaciones una candidatura presidencial de Claudia López o Sergio Fajardo, políticos que son garantía de lealtad y honestidad.
Solo el poder de tu voto puede cambiar el curso sucio de nuestra historia reciente. Vencer al corrupto, sacarlos del poder y ojalá meterlos a la cárcel es la tarea que sigue para los colombianos. No desfallecer ni dejarnos desorientar por los chismes, las calumnias ni las nubes de tinta que como calamares en huida están esparciendo los bandidos de todos los pelajes.
¡Muera la corrupción!
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