Camilo Vallejo


Algo está pasando con las estatuas. No es tanto que las estén derribando sino que están en pie pero sin nombre. Duramos más de una semana sin saber de quién era el busto que tumbaron en la protesta en Manizales. Así, el hecho notorio no terminó siendo si los manifestantes bajaron la estatua con la convicción de que tenía el nombre de Gilberto Alzate Avendaño. Fue el hecho de que los funcionarios tardaran días para confirmar si era él o no.
Es una muestra de que, sin ser nombradas, las estatuas puede que ya estén caídas, aún en pie. Y que el acto de tumbarlas solo sea un deseo de darle un punto final a esa simulación de tener supuestamente un nombre.
Este busto parece representar la actualidad de algunas instituciones. Estas también andan derrumbadas desde que se han quedado sin nombre o desde que son nombre sin sentido. Si hoy la protesta dice desconocerlas, en camisetas y carteles, puede que no sea tanto por un plan para tumbarlas sino por el deseo de ponerle punto final a sus simulaciones.
Por ejemplo, los habitantes de la comuna San José de Manizales tienen una consigna por estos días de protesta: “¡Fuera el mal gobierno! No más ERUM”. ERUM, la Empresa de Renovación Urbana de Manizales, una entidad a la que se le ha embolatado el nombre de renovación y de urbana. La comuna ahora la nombra solo para desterrar esa simulación que sufre desde hace años.
Así como la ERUM, también están en el país el presidente, las alcaldías, las gobernaciones, el congreso, el Esmad, la policía, los bancos, los mercados, el sistema de salud, las leyes, los impuestos, los grandes medios. Ni qué decir de las contralorías, procuradurías y fiscalías, cuyos nombres se han borrado de tan poco que controlan, procuran o fiscalizan.
Entidades que se nombraron para garantizar un pacto de convivencia en el que todos den, todos reciban y nadie abuse del otro. Sin embargo, todavía creen poder salvar la macroeconomía sin siquiera saber el precio de unos huevos. Todavía huyen del debate y de la crítica, aislados en sus estudios de televisión y en sus cuentas de Facebook, y creen poder conducir así una democracia. Todavía pregonan un desarrollo que ha avanzado con cargas mal distribuidas, sin reciprocidad, pues solo unos parecen estar haciendo todo el sacrificio: los jóvenes, las mujeres, los campesinos, los indígenas, los afro, las víctimas, entre otros.
Entonces, por un lado, tenemos una institucionalidad y unas estatuas que insisten en permanecer en pie sin nombre ni significado. Por otro lado, está el deseo de esta protesta social de derribar sus simulaciones. Por lado y lado podríamos ir hacia un borde en el que las instituciones y las estatuas pierden su nombre definitivamente, aún sabiendo que nombrarlas es parte de lo que no deja que se desaten las viejas guerras más cruentas y los monstruos que prometimos no volver a crear.
Para eso deben ser las instituciones y las estatuas, para conjurar la violencia. Por eso hay que proponer salidas en democracia. Digo en democracia por la primera premisa que nos recuerda Óscar Guardiola-Rivera en su libro ‘Cómo construir sociedades’: “La democracia tiene como objeto sustituir la guerra total por una guerra ritual”. Significa entonces organizar las prácticas que componen una sociedad, incluso las prácticas violentas, “con el fin de evitar que estas se separen de la sociedad y se devuelvan contra ella”.
Parte de organizar las prácticas es volver a nombrar a las estatuas. Volver a llenar de sentido aquellas instituciones peor simuladas. Pero los nombres tienen más posibilidad de salir del diálogo que de la fuerza. Vean cómo nombrar nuevas cosas en algunas regiones han sido conjuros temporales para deshacer bloqueos, tanquetas, disparos y barricadas.
Los nombres tienen más posibilidad de salir del encuentro de emociones, del reconocimiento de la capacidad de crear y de amar que también tiene el otro: “Mantengan esta grandeza de poner el corazón”, dijo el padre Franciso De Roux a los manifestantes en Cali.
Pienso en los cerca de 60 estudiantes de periodismo que, en medio de las protestas en Manizales, por fuera de las instituciones que los atan, le apostaron a crear el medio alternativo La Cruda. En un acto de creatividad y emoción, decidieron hacer más periodismo para ver si de tanto decantar palabras comienzan a ver los nombres nuevos.
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