Camilo Vallejo


“Estado narcoparamilitar”. Eso era lo que decía el mural del colectivo Pinta Resiste en la glorieta de San Marcel, en Manizales. El mismo que, la semana pasada, un grupo de personas pintó de blanco para censurarlo por mano propia.
Que sea este un evento para recordarnos que cualquier desenlace de esta crisis será más doloroso si al disenso le infundimos censura. Si estamos buscando las palabras y las imágenes que nos vuelvan a unir, debemos aceptar que la mayor cantidad de ellas vuelvan a estar sobre la mesa, sobre la ciudad. Incluso las que más nos molestan y nos ofenden.
Hay un reflejo que siempre queda con el paso de la censura. Se amplifica lo silenciado: “Estado narcoparamilitar”. Pone más bombillos sobre lo que se quería tapar. Aumenta el morbo y el fetiche por lo tachado. Multiplica el mensaje y hace que sus formatos de transmisión sean más resistentes y creativos.
Por eso, hoy, al muro blanco se le contraponen las muchas fotos que se multiplican por las redes sociales con el “Estado narcoparamilitar” pintado. Por eso, el fin de semana fueron más los que decidieron respaldar al colectivo y reconstruir el mural. Es la fatalidad de la que nunca se deshace ningún censor.
Pero la censura no deja de ser un acto indeseado en una comunidad democrática. Además es la peor idea en las crisis que piden diálogo. Cercena la libertad y la autonomía del censurado, le deja una prueba de que ni siquiera por la vía del discurso tendrá un lugar.
En un momento en el que necesitamos activas todas las opciones que no lleven a armarnos ni a matarnos, la censura termina por cerrarle el paso al modo de desencuentro más pacífico y más a la mano: la expresión.
Podemos hacer señalamientos éticos o estéticos sobre mensajes insultantes o de mal gusto como ese. Podemos, si se quiere, poner en juicio su conveniencia. Pero difícil negar que su censura es una vía más rápida para escalar el conflicto que vivimos.
El señor Jorge Giraldo, que participó del acto de censura contra el mural, dijo a este periódico: “Con lo que había ahí no estaba de acuerdo”.
Quienes justifican la censura suelen hacer pasar como violenta aquella idea con la que simplemente no están de acuerdo. Impulsan la falsa creencia de que en democracia podemos ponernos a salvo de la ofensa o que existe algún derecho a no sentirse ofendido. Dicen respetar la democracia, pero siempre que no les incomode eso de lo que trata una vida democrática.
“De pronto no lo hicimos como se debía hacer, quizá hubiéramos conciliado con ellos primero (los artistas) (...) Lo que quiero es que nos unamos, pero con un mensaje con el que se identifiquen ellos y nosotros”. Terminó diciendo el señor Giraldo.
Una especie de contrición tardía. Pero además hay un afán de saltar al final del libro sin leer lo que va antes. Porque no es posible llegar a la página de la conciliación si se salta uno la página en la que uno y el otro se expresan. Sería anunciar algo común pero sin reconocer al otro, típico de la trampa política en la que estamos.
De ahí la importancia de la expresión. Es lo único que permite, antes de cualquier pacto, reconocer la frontera entre lo que nos une y lo que no. A lo mejor, previo al mural conciliado, tengamos que valorar primero una serie de murales disonantes, aún particulares, sectarios y radicales. Hasta que reconozcamos las líneas y colores con los que nos volveremos a encontrar. Justo la consigna del Festival de Narrativas Urbanas que ha promovido el arte urbano y el muralismo en la ciudad durante años.
El 27 de junio de 2018, los gremios y algunas organizaciones de Manizales nos reunimos con los habitantes de la comuna San José para compartir la creación de un mural. Pactamos que sería un signo común para el progreso social de la ciudad. Todos dimos algún brochazo, pero al final fue el artista Sepc el que terminó por darle forma a un niño gigante con un morral repleto de las memorias de su barrio y de sus ganas de estudiar. Un mural imposible si antes no hubiéramos dado el tiempo y el espacio para la expresión de cada uno.
Puede que los murales sean lo que en realidad son, apenas representación y metáfora del encuentro más grande de expresiones que hoy nos hace falta.
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