“Aquél no es país para viejos”, anuncia William Butler Yates en el comienzo de ‘Navegando a Bizancio’. Un poema que, para muchos, simboliza su desengaño por la decadencia física del paso de la edad. También el afán por deshacerse de la carga de lo mortal.
Un desagrado por envejecer y un deseo de inmortalidad que vivió también el sheriff Ed Tom Bell en la novela ‘No es país para viejos’, de Cormac McCarthy, después llevada al cine por los hermanos Coen. Desagrado y deseo que son una fantasía de último recurso para evadir la vejez que se impone: no solo porque se nos impongan los años, sino porque cada vez son más las personas que más años tienen.
Entonces el envejecimiento sigue ignorado y maquillado. Mostrarlo del todo nos sabe a derrota. Hacerlo muy público nos pone a experimentar un futuro menos plano y menos planeable, menos permanente y menos valorizable. Apaga este esoterismo de nuestro modo de vida, en el que comprando y gastando creemos que alcanza para permanecer en la lozanía. El envejecer nos atraviesa la muerte en la mitad de la fiesta.
Al presentar su informe de calidad de vida en 2020, Manizales Cómo Vamos volvió a decirnos que la ciudad tiene mayor envejecimiento, que se está volviendo una ciudad de viejos. Nunca antes la tasa de mortalidad había igualado la tasa de natalidad en la ciudad. Ambas tasas rondan los 6,5. Hoy tenemos 81 adultos mayores por cada 100 menores.
Pero de repetición en repetición el anuncio se está quedando en proclama fugaz y titular para archivar. El mismo anuncio lleva años sin tranformar el entorno ni las decisiones. Decir que hoy Manizales es la capital más envejecida es apenas una superficie, quizás un disimulo. El anuncio en realidad debería advertir que la ciudad tiene más viejos sin que sea una ciudad para viejos. Porque no es lo mismo que envejezcamos a que la ciudad sea un lugar para el envejecimiento.
Pongamos un ejemplo. Manizales parece diseñada para que los de más edad se muevan con dificultad y sin seguridad vial. Falta de control a la velocidad, que es lo que mata en la vía. Aumento del parque automotor, como las motos que son hoy la peor pandemia para los peatones más viejos. Buses que ignoran la facilidad que les ofrece el paradero. Deterioro de la infraestructura para caminar. Una política de la bici que avanza con campañas para la juventud y el deporte, poco atractivas para los adultos todavía en condición y deseo de pedalear
Conductores que piden vías anchas, para que los viejos deban atravesar más distancia; que piden menos semáforos y cebras, para que los viejos deban andar más cuadras hasta encontrar por dónde cruzar; que piden puentes peatonales, para que los viejos suban y bajen más escaleras para que los carros no tengan que detenerse; que piden espacio de parqueo en los andenes, para que los viejos deban bajarse a la calzada; que piden sacar a la bici de las partes planas de la ciudad, para que sean los viejos los que pedaleen por las lomas.
Esto sin contar una ciudad con espacios públicos cada vez más reducidos, más comercializados, más arrendados y menos dotados para la permanencia, para sentarse, para descansar. En los que queda menos espacio para el ocio, para lo lúdico y lo asociativo de los de más edad.
Una ciudad sin un enfoque etario en sus datos, lo cual pueda contar la realidad de los más viejos y permita tomar decisiones con información adecuada. Una ciudad con pocas políticas enfocadas en los adultos mayores dentro de sus planes de desarrollo y todavía sin prever el mediano plazo de un envejecimiento mayor.
Una ciudad que parece todavía no encontrar el lazo entre la ciudad universitaria y la ciudad envejecida, de tal forma que evite avanzar en una suerte de esquizofrenia. Una ciudad que en los entornos de educación de sus niños y jóvenes no ha logrado integrar el saber y el quehacer de los más viejos.
Una ciudad con los viejos asegurados en sus casas y en sus fincas, o en hogares y ancianatos que se van acumulando en los barrios de la ciudad. Puestos a salvo de un espacio público cada vez más hostil. Entonces en lo privado alguien busca cómo ofrecerles lo que les hemos ido negando en lo público.
Mientras tanto, una ciudad donde los alcaldes jóvenes se suceden tramando cómo parecer más viejos.
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