No hay manual contra la trampa sin denuncia. En lo que va del periodo electoral en Caldas, la alianza entre la MOE y la Corporación Cívica de Caldas apenas ha recibido 3 denuncias por irregularidades electorales: todas anónimas, todas sin pruebas. Hablan de presiones sobre funcionarios y contratistas en Neira, Villamaría y Palestina para apoyar uno u otro candidato.
En lo que va del periodo electoral tenemos dos candidatos, Mario Castaño y Arturo Yepes, que se acusan mutuamente de dar o pedir dinero: en efectivo, en millones, en tulas, para ganar las elecciones, en micrófonos, con denuncias penales... Pero sin pruebas.
En lo que va del periodo electoral, la Encuesta de Calidad de Vida de Manizales Cómo Vamos mostró que en 2017 aumentaron los manizaleños y manizaleñas que creen que la corrupción ha crecido. Pasamos del 20% en 2016 al 37% en 2017, casi el doble en un año.
Tres hechos que pueden ser parte de un panorama que, con elecciones o sin ellas, es desolador aunque suene a obviedad: la mayoría de la gente conoce la corrupción y no la denuncia, y cuando lo hace generalmente no da la cara, no da pruebas, no se ratifica en público. Ahora bien, no denunciar es el resultado complejo de un juego de tres bandas: ciudadanos y ciudadanas que temen perder beneficios particulares, políticos que amenazan, instituciones proclives a la impunidad.
Las personas confían en que la corrupción que se sostiene con las redes clientelistas es la forma más eficiente de acceder a los recursos y servicios del Estado. “Para las personas involucradas en entornos clientelistas, las reglas sociales que regulan el intercambio de favores, la fuerza de las lealtades, las obligaciones recíprocas, las alianzas, etc., son reglas, por lo general, más poderosas y con mayor capacidad para determinar comportamientos que las normas formales del derecho”, dicen Mauricio García Villegas y Javier Eduardo Revelo en su texto ‘Estado alterado: clientelismo, mafias y debilidad institucional en Colombia. Podría ser que, aún conociendo los pormenores de la corrupción, las personas confían que no denunciar es la regla clientelista primordial que los mantendrá cerca de los puestos y los contratos del Estado. Mientras la denuncia es el primer mandamiento para sacarle provecho al manual contra la trampa, el silencio es el primer paso para participar de la trampa y la corrupción.
Ahora bien, no denunciar también es un producto del miedo. Los políticos amedrentan y amenazan con quitar: la vida, el puesto, los bienes, el prestigio, la trayectoria, el respaldo, el infinito. Porque les dimos licencia para abusar de nosotros. Ese miedo es “el cálculo diario de hasta dónde se puede llegar con un tema, qué líneas de más comprometen literalmente la vida”, diría el mexicano Carlos Monsiváis cuando se refería a la autocensura de los periodistas al denunciar la corrupción. En ese miedo, periodistas y ciudadanos participamos del mismo silencio bajo amenaza.
Al final en elecciones nos encontramos con que el Consejo Nacional Electoral, la Fiscalía y la Procuraduría son dinosaurios paralizados, sin capacidad de investigación, en dependencia absoluta de los pruebas que encuentren los ciudadanos, las organizaciones y los medios de comunicación, con una desidia permanente al momento de proteger y respaldar a los denunciantes, y con sus investigados --partidos y candidatos-- agarrándoles el timón.
Todo tramposo necesita de alguien que lo señale del otro lado de la mesa. Si no hay nadie que apunte, el tramposo pasa por un jugador más, incluso pasa por un ganador de los buenos. En fin, sin alguien que acuse no hay trampa. Entonces podremos inventarnos todas las reglas de juego, todas las fórmulas para evitar la trampa, pero son letras en el aire que nadie aterriza para usar contra el abusador.
Lo que nos pasa es que a la corrupción electoral y no electoral nadie la está señalando del otro lado de la mesa. Y como nadie la señala, el corrupto pasa por un político más, uno de los que sabe ganar. Entonces ponemos todas las reglas de transparencia que eviten la corrupción, todas las normas para evitar la arbitrariedad, pero son letras muertas que nadie usa para defender lo de todos.
Pero la corrupción tiene un agravante: está a la vista, le conocemos sus nombres y sus maneras. Mientras el tramposo del juego de cartas guarda para sí su secreto, el corrupto vive de un secreto que es público, que todos conocen y nadie señala.
Manual contra la trampa, recomendación No1: hacer posible el acto denunciar.
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