Camilo Vallejo
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El que hable es sapo. (El que hable, ¡salte aquí!) ¡Salte aquí! Lambón, desleal, el que cuenta no la cuenta, el que avienta lo lamenta. ¡Salte aquí! ¿Dioses nuestros, por qué no hicieron gobernantes menos temerarios y menos autoritarios con sus denunciantes y sus críticos? Yo en cambio, lo confieso, aliento al sapo y a la sapa, que ¡salten aquí!
Si antes alguien escribía sobre el miedo que daba hablar, hoy escribimos sobre el desamparo en el que están quedando los pocos que están hablando. Ser sapo se va haciendo por fin deseable en las entidades públicas. Aunque sea de a poco. En Caldas, se ve en Aguas de Manizales, los infis, el Cable Aéreo, la Territorial de Salud y otras más. Sobre todo en el hospital Santa Sofía, que este año acumula y acumula denuncias que filtran sus propios empleados.
Al denunciar, algo van permitiendo las tecnologías, las redes sociales y la protección de fuentes reservadas con más altavoz. Pero a los sapos nadie los protege. A pesar de los llamados internacionales, ni el mismo Estado ha querido encontrar una forma de proteger denunciantes. Ni para qué preguntar qué hacen por ellos los gobiernos locales.
“Las personas que hayan tenido que ver en la situación y sean concientes de eso, pues yo sí les aconsejaría que vayan buscando trabajo de una vez”. Se le oye decir en un audio a una directiva del hospital Santa Sofía. Se lo decía a sus empleados, porque alguno había grabado y filtrado a los medios otro audio en el que directivos de la entidad les exigían recoger firmas para el movimiento lizcanista Gente en Movimiento.
¿Qué hacía la directora con esto? Intimidar. Intentar convencer a los denunciantes, a los sapos, que deben tener miedo. Que siempre hay un costo para el que rompe el silencio. Les recordaba nuestra propia Omertá, la caldense, la que todavía nos rige.
La Omertá era la prohibición impuesta por la mafia siciliana de cooperar con las autoridades ante la criminalidad y el abuso. Al que violara la Omertá, muerte.
Yolanda Romano Martín, filóloga en italiano de la Universidad de Salamanca, nos recuerda dos cosas. Primero, que la Omertá es una actitud de vida para manipular y obstaculizar la información, y así poner al silencio y al secreto como parte del botín del crimen. Segundo, es un sistema de normas no escritas, cuyo único texto es la repetidera de proverbios para reforzar el miedo.
“Vayan buscando trabajo de una vez”, “entre cielo y tierra no hay nada oculto”, “la cosa se va a poner de color oscuro”, al que se quede “le va a tocar trabajar como negro”, “deben aprender a mantener la boca callada”, “a observar y callar”. Proverbios que usó la funcionaria para evitar el flujo de información. Perorata que debieron aguantar sus trabajadores. Entre ellos, seguramente, los sapos admirables que además volvieron a grabar.
Más adelante, la funcionaria dijo: “Ustedes saben que los periodistas son los mismos que dicen quienes les pasaron la información. Ustedes saben que los periodistas son muy corruptos, uno llega y les dice tenga 500 mil pesos, dígame quién fue y le van dando a uno la información”.
Una jugada conocida en las estrategias de censura: generar desconfianza entre fuentes y periodistas para que la información no fluya, no se filtre, no salga. Decirle a los unos que los otros romperán su compromiso de reserva, solo para hacerles creer que nunca estarán a salvo, que el silencio es lo único que queda. Y es mentira: A ningún gobierno, a ninguno, le alcanzará jamás para comprar al periodismo completo. Por eso, al final de su amenaza, la funcionaria igual dice: “si alguien me grabó espero que al menos me saquen en una buena emisora”. Su propia aceptación de que, haga lo haga, periodismo siempre queda. (Este audio lo conocí por el noticiero Alerta Manizales en La Cariñosa de RCN).
Me gusta resaltar a los que hablan y sapean, así sean pocos y a veces tengan que ser anónimos. Decir que uno es el único que dice, que uno es el único con voz, suena más a campaña personal y autobombo. También suele desconocer que uno solo tiene los medios y recursos para decirlo. Que día a día hay gente hablando, sapeando, más de la que uno cree, pero que debe aguantar cosas como estas y por eso nos cuesta oírlos.
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