Camilo Vallejo
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Por estos días ha dado de qué hablar que Santiago Osorio Marín, candidato a la Cámara por el Partido Verde y el Pacto Histórico, primo del alcalde Manizales, haya bautizado su sede de campaña como “la bodeguita verde”. Una jugada de campaña que lamento en lo personal.
Se me hace un mensaje que subestima y hace sarcasmo de una de las peores tragedias que sufren nuestras democracias: la desinformación -que en parte es causada por el fenómeno de las bodeguitas-. Lo hace como si fuera un tema menor, casi un juego.
Sin importar el color, las bodeguitas son nefastas para la sociedad. Son una estrategia de propaganda que busca coordinar la producción y difusión de mensajes falsos, engañosos o que muestran como hechos lo que apenas son opiniones. Todo a través de redes sociales y gracias al poder que ellas ofrecen. Todo por satisfacer intereses particulares, bien sea monetarios o de poder.
¿Entonces por qué el candidato y su equipo tomaron la decisión de llamarse así? Quizás buscan apropiarse con sarcasmo de esta expresión “bodeguita verde”. Es justo la que han usado sus opositores para referirse al modo como se comportan en redes los seguidores y funcionarios del gobierno municipal que el candidato defiende en lo político y familiar.
Quizás buscan anticiparse, como dicta el recetario básico de la comunicación política. Así le quitan fuerza a los reclamos de ciudadanos o contendores que los responsabilicen por cualquier información falsa que lleguen a divulgar en campaña. Construyen una falacia que quiere hacer creer que como la misma candidatura se nombra “bodeguita”, así sea a modo de chiste, es poco creíble que esta en realidad exista. Así les quedará fácil acusar de delirante o paranoico a cualquiera que señale alguna falta de veracidad de lo que comparten.
Lamento esta estrategia de campaña porque minimiza el hecho de que las bodeguitas son un atentado contra la gente y sus libertades. Atentan no solo contra el derecho de estar bien informado, sino que por ahí mismo afecta el poder de tomar decisiones acertadas cuando gozamos del derecho a la salud, a la educación, al ambiente sano y, en este caso, al voto. El engaño oculta los hechos, sin hechos solo hay decisiones erradas, y con decisiones erradas no hay ningún derecho posible.
Las bodeguitas son el santuario de los “des-informadores”, quienes con mentiras destruyen los derechos de los demás de manera intencional. También dan lugar a los “mis-informadores”, quienes terminan por replicar sin querer el daño de lo falso, solo por caer en el engaño, el prejuicio y la familiaridad de lo que comparten. (Sobre esto recomiendo el podcast ‘Prisma’, en el episodio “Máquina de mentiras”. Allí lo explican las periodistas María Teresa Ronderos y Laura Zommer).
Habla mal presentarse como bodeguita en una campaña oficial al Congreso, en una candidatura inscrita de manera formal, en abierta posibilidad de llegar a legislar sobre nuestro derecho a estar informados. Es casi como nombrarse “guerrilla verde”, “autodefensa verde”, “cartel verde”, “rosca verde”, “mafia verde”. Creo que si no se atreven a usar este tipo de nombres para su sede, es solo porque la “bodeguita” parece todavía un tema menor que admite una jugada sarcástica de campaña. Pero corre el riesgo de pasar del sarcasmo a un cinismo en el que el tema se asume irrelevante.
Un saldo no menor de muertos dejó la bodeguita de Trump al hacer creer que el covid-19 se curaba con inyecciones o ingesta de desinfectantes. Un homicidio por linchamiento en Ciudad Bolívar, en Bogotá, causó una bodeguita por Whatsapp que hizo creer que el linchado era un secuestrador de niños. Respaldo popular a la invasión de Rusia a Ucrania fue lo que logró una bodeguita rusa que dijo que el ejército ucraniano había crucificado a un niño en una plaza inexistente de la ciudad de Sloviansk.
No es un tema para ligerezas en campaña ni en el Congreso. Ojalá el candidato, que además es comunicador, revaluara este nombre para su sede. Está todavía a tiempo de dar el mensaje correcto: que hoy el tema es muy grave y que su función es proponer las soluciones.
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