Manizales y Caldas enfrentan un desafío: la posibilidad de que las buenas mediciones de calidad de vida y de competitividad, que tanto nos enorgullecen, terminen viéndose afectadas en el largo plazo por no conseguir mejores indicadores en lucha contra la corrupción. En otras palabras, los buenos números pueden verse estancados o arrastrados hacia abajo si no nos preocupamos por mejorar en los índices de transparencia.
En la medición de los riesgos de corrupción, Caldas y Manizales no han tenido mediciones del todo malas --a pesar de denuncias e investigaciones que han sonado a nivel nacional durante los últimos 10 años--. Sin embargo, tampoco nos hemos caracterizado, ni nos hemos preocupado lo suficiente, por tener el mejor desempeño.
Ahora bien, algo ha cambiado. Si antes creíamos que la medición de la transparencia y de los riesgos de corrupción eran situaciones para el análisis desde la política criminal o desde la eficiencia estatal, hoy es impensable separarlos de nuestras mediciones económicas y sociales para nuestro ambiente de negocios o para la evaluación de la equidad.
El informe de calidad de vida de Manizales Cómo Vamos desde hace algún tiempo tiene en cuenta el Índice de Transparencia. En ese indicador, Manizales ha tenido leves mejorías, pero en todo el tiempo de medición no hemos podido superar el nivel medio de riesgo ante la corrupción. Ciudades como Pereira, Armenia, Pasto y Barranquilla han estado por encima, en riesgo moderado.
En ese mismo Índice de Transparencia, al menos hasta la última medición, Caldas tampoco había superado el nivel medio. Lo superaban departamentos en nivel moderado como Cundinamarca, Antioquia, Risaralda y Santander.
Recientemente conocimos el Índice de Competitividad de Ciudades de 2019, del Consejo Privado de Competitividad. En algunos sectores surgió la pregunta sobre por qué, a pesar de ocupar un buen puesto, no logramos superar ese sexto lugar. Más allá de conclusiones en otros sectores, no se puede desconocer que este índice viene evaluando aspectos vinculados a la lucha contra la corrupción. En esa dimensión, de “Instituciones”, Manizales cayó un puesto en comparación con 2018, del quinto al sexto puesto. Midieron nuestra capacidad en gobierno digital y en el número de licitaciones con un solo proponente. Allí quedamos por debajo de Bogotá, Medellín y Cali, pero también de ciudades como Pasto, que subió un puesto, y de Bucaramanga, que subió 7 lugares. Es cierto que en 2019 evaluaron variables distintas a las de 2018, pero también es cierto que cada vez son más y más variados los indicadores sobre transparencia con los que seguirán midiendo nuestra capacidad contra la corrupción.
Ya habíamos quedado aterrados en 2018 con ese mismo índice para los departamentos, pues Caldas, a pesar de ocupar el 3 lugar en competitividad, quedó en el puesto 16 en la dimensión donde se encontraban indicadores de transparencia y lucha contra la corrupción.
Este año conocimos los resultados del FURAG, el indicador de gestión y desempeño de las instituciones, medido por Departamento de la Función Pública. Entre otras cosas, mide asuntos referidos a la transparencia, como el acceso a la información pública, la atención al ciudadano y la participación ciudadana. Mientras Caldas sorprendió al subir del puesto 10 al puesto 5 entre los departamentos, Manizales quedó en el puesto 14 entre las 32 ciudades capitales. Este índice hasta ahora no lo vinculan con otras mediciones nacionales de competitividad o calidad de vida. Quizás si lo hicieran, los efectos podrían ser mejores en el caso departamental, pero menos optimistas en el caso del municipio.
La forma en la que entendemos la corrupción ha evolucionado y por lo mismo ha cambiado la forma de medirla y de relacionarla con la vida social y económica de las comunidades. Quizás el tema de perseguir y sancionar responsables empieza a verse complementado con la urgencia de políticas públicas y económicas de prevención. Quizás empiezan a derrumbarse dos tipos de ideas: esas que nos hacen pensar que la economía puede marchar bien aún si miramos para otro lado en los temas de corrupción; o esas que han querido demostrar que, en contextos desinstitucionalizados y arbitrarios, la corrupción permite engrasar la máquina económica (ej: leer a Pierre-Guillaume Méon y Lauren Weill).
Hoy la necesidad de medir nuestros riesgos de corrupción, así como de vincularlos a nuestros estándares de crecimiento económico y político, obedecen a la alerta de que, en el largo plazo, la corrupción siempre termina por destruir la riqueza común y la equidad (ej: leer a Axel Dreher, Martin Gassebner y Paolo Mauro).
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