Camilo Vallejo
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En la Feria de Manizales la repetición se ha vuelto repetidera. De esta forma, ha ido creciendo un malestar en algunos sectores de la ciudad, los cuales vemos una fiesta cada vez más vacía, sin sentido de sus rutinas, que se marchita así le suban cada año al volumen.
¿Qué fue lo que hizo que una movilización por redes hubiera obligado a quitar una carpa rumbera de la plazoleta de arquitectura de la Universidad Nacional? ¿Acaso no se han montado ahí varias carpas en Feria o en otras fechas? ¿Qué cambió esta vez? Se me hace una muestra de este malestar que cada vez increpa más y tolera menos. Que ya no consiente tanto mercadeo con el espacio público, que no aguanta eso de hacer fiesta solo por hacer fiesta, o que reclama que si la fiesta va a ser la misma de todo el año que entonces se sacrifique menos lo público.
En este columna creímos que un cambio generacional de gobernantes o que una pandemia que obligó a suspender en 2021 iba a permitir la autocrítica. Pero no. En este 2022 la Feria retomó justo donde iba.
Ahora bien, las críticas a la Feria también son repetidera. Esta columna cada año parece más cansona. Es como si los gobiernos hubieran vencido por cansancio a estos reclamos que solo piden renovar el sentido y relato popular de la fiesta. ¿Pero qué es lo que ha hecho que, a pesar de críticas y de recomendaciones, la Feria siga adelante sin revisión?
Me atrevo a pensar que antes de sentarnos a echar teoría antropológica, sociológica, comercial o turística, debimos empezar por revisar que la Feria está atrapada en un “laberinto de lo fácil”. Que no da tiempo de pensar ni de complicarse.
Dos causas incentivan a que los gobiernos de Manizales sigan en esto de lo fácil: primero, el proselitismo con la fiesta; segundo, los monopolios comerciales.
El proselitismo se reduce al afán del gobernante de turno para agradar, por el bien de su carrera y de sus candidatos. Si la Feria se usa para buscar y mantener los votos, el acto de examinar y cambiar es un riesgo muy alto. Qué tal no guste y la rechifla sea más grande. Es mejor lo seguro, la expectativa bajita a la que ya se acostumbraron los públicos.
Este ciclo se rompe cuando la Feria tenga más recursos públicos invertidos en la cultura de la festividad que en el espectáculo de la fiesta. Cuando esto último sea más comercial y privado, o cuando lo popular sea de más impulso comunitario y de menos hambre por la dádiva. Ahí habrá tiempo para repensar lo que queremos contarle al país.
Segundo, el gobierno permite con la Feria un entramado de monopolios que beneficia a un grupo de empresarios. Entrega a dedo los contratos de las actividades comerciales más básicas: suministros, logística, publicidad. En lugar de poner a competir a diversas empresas, se le entrega al cercano, al amigo, al que ayudó en campaña. Estos monopolios públicos, además, se cruzan con los negocios privados de la Feria. Al tiempo que contratan con el municipio se hacen con permisos de uso de espacio público o con otras subcontrataciones. Son “empresarios de la Feria” y “contratistas de la Feria”, ganan por lado y lado.
Así, desde estos sectores nos hacen creer que no debemos reevaluar lo que ya favorece la economía y los empleos. Que mejor así, lo fácil. Pero ocultan que al final la Feria lo que hace es favorecer más a unos que a otros, sin necesidad de ser así. Si se están inyectando recursos, si se están percibiendo rentas foráneas, estas solo se están perdiendo en costos más altos o se están quedando acaparadas entre pocos. A los demás solo les queda la informalidad, que me arriesgo a decir que en la Feria podría estar distribuyendo menos pero mejor.
Salir de la fácil sería planear con tiempo y no improvisar con presupuestos y contratos a menos de dos meses. Sería provocar licitaciones, al menos de las actividades más grandes y comerciales, en las que se incentive el acceso y la recuperación de más empresarios, y sobre todo las nuevas ideas que ayuden a repensar.
Para examinarse, la Feria necesita dejar de hacer la fácil por un momento. Pero el proselitismo y los monopolios no dan tiempo.
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