Camilo Vallejo


Queda un mensaje de la cachetada que, durante la entrega los Oscar, el actor Will Smith le propinó al comediante Chris Rock, después de que este hiciera un mal chiste sobre la apariencia de su esposa. El mensaje es que tendemos a limitar o a castigar la libertad de expresión como nos dé la gana, incluso a los golpes.
Ese tipo de reacciones encuentran una justificación rápida en sociedades vengativas. También en luchas que las ven como una forma de reparar la equidad. También en entornos como los nuestros en los que se ven como una salida justa frente a la sola ofensa.
El problema de limitar la expresión como sea, incluso a la dañina, es que se generan otros efectos todavía más perversos para la vida en comunidad. No se quedan solo en el castigo al ofensor, como se suele creer. Llevan también a que quienes estén pensando expresarse en el futuro, sobre temas similares, no lo hagan por evitar tal castigo, así lo quieran hacer en un tono menos grotesco y más respetuoso. Ante la posibilidad de que nos puedan “limitar” con violencia física, ¿cuánto estamos dispuestos a decir algo que podría ofender a alguien?
¿Tenemos cómo saber previamente a quiénes y cuánto vamos a ofender? A lo mejor tenemos alguna intuición, pero no certeza, y ante la duda muchos prefieren callar. Después de ver que cualquier ofendido de la audiencia puede pararse a darles una cachetada de manera impune, ¿cuántos humoristas estarán pensando en rechazar ser anfitriones de las próximas ceremonias de los Oscar? Así quedamos con un ofensor castigado, creyendo que hicimos justicia buena, pero llevamos a que todo un resto de comunidad prefiera hacerse a un lado.
Por eso, a la pregunta de si la libertad de expresión tiene límites, la respuesta obvia es que sí, como cualquier derecho. Entonces, la pregunta del millón no es si tiene límites sino cómo se limita. En eso llevamos años y años de discusiones democrática, de tratados internacionales y jurisprudencia de cortes nacionales e internacionales.
Al final, la primera vía es la que busca el límite a la expresión que menos impida a otros a seguir hablando sobre el tema. Visto así, la violencia física o la respuesta desproporcionada no es la solución.
Esta semana el senador y candidato Gustavo Petro optó por decir que había “neo nazis en RCN”, ante una columna de David Ghitis que criticaba su propuesta pensional. La Fundación para la Libertad de Prensa (de cuyo Consejo Directivo hago parte, advierto) le reprochó que ese comportamiento no era un simple comentario subido de tono, como el de Chris Rock. En su lugar, parecía más la cachetada de Will Smith. Es el mismo reproche que se la ha hecho infinidad de veces a Álvaro Uribe, quien gusta de estigmatizar periodistas.
La razón es que en su condición de funcionario público y líder político, ese tipo de afirmaciones no son simples expresiones sino que son actos de censura que antes buscan disuadir las expresiones que lo critican. Sobre todo porque la persona de interés público es él y sus funciones oficiales lo obligan a mantener garantías de expresión para todas las opiniones, le gusten o no. Esto no se lo inventó la FLIP, está en una Declaración Conjunta de 2021, de la que hace parte la OEA (se puede consultar acá: https://bit.ly/3wYH4ZM)..
Petro cree estar en una cruzada contra los mensajes de odio o de racismo, pero su limitación y sanción le corresponde a los jueces. Su función como posible presidente sí es la de promover que las comunidades afectadas por esas expresiones tengan medios de comunicación propios y espacios en el sistema público de medios. Porque hay otra vía para limitar la expresión. Aquella que prefiere que los afectados y ofendidos tengan cada vez más espacios para que, con expresión propia, puedan contestar, rechazar y refutar. Esto pensando en que la mejor fórmula para contrarrestar una expresión que desagrada es combatirla con más expresión.
Me gustó más la respuesta de Francia Márquez, su fórmula vicepresidencial, en el debate de esa misma tarde. Advirtió ser una víctima de las expresiones racistas, pero aún así reconoció el lugar de la libertad de expresión y de los límites que hoy se tienen. Algo que seguro aprendió de sus luchas étnicas, que arrancan, sobre todo, con poderse expresar así ofendan a dos o tres blanquitos.
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