Cuando estamos próximos a cumplir cuatro semanas de marchas y bloqueos de las vías, sin que se tenga comunicación vehicular entre las ciudades, se logró lo que en un año largo de cuarentena no se había obtenido y fue paralizar al país, desabastecer las ciudades y aumentar el desempleo.
El gobierno ha tratado de solucionar el problema a través de las vías del diálogo y ha tenido reuniones con los supuestos líderes del paro, sin mayores resultados. El problema que enfrenta es que son muchos los grupos involucrados en las protestas y lograr un acuerdo en el que todos estén de acuerdo va a ser muy difícil. Las protestas han logrado unas conquistas importantes; sin embargo, estas no han servido para levantar el paro, por el contrario, los manifestantes cada día están más enardecidos.
El panorama no puede ser más oscuro. El Estado se quedó sin recursos y con una industria y comercio paralizados va a ser muy difícil cumplir los compromisos que tiene y menos atender las peticiones que le están haciendo. La sola renta básica de un salario mínimo le puede costar una cifra cercana a los 70 billones de pesos.
Es un absurdo el archivo de la reforma de la salud -que fue una de las conquistas-. Cada día que pasa son más las críticas al sistema de salud y especialmente contra las EPS. Las tachan de ineficientes y de corruptas. Con la reforma de la salud pasa lo mismo que con la de la justicia, todo el país está de acuerdo en que hay que hacerlas, pero no hay interés en que se hagan.
El país está al borde del precipicio. La crisis sanitaria está golpeando muy duro a la comunidad y los efectos del paro nacional son catastróficos. Para salir de la crisis económica que estamos viviendo se requiere un país totalmente activo y con su aparato productivo trabajando al 100%.
Una muestra de la actual situación se está viviendo en nuestra ciudad donde la industria y el comercio se paralizaron. No hay ingreso de materias primas y las fábricas y las bodegas están llenas por no poder despachar los productos terminados. Mientras tanto los vándalos infiltrados en las manifestaciones siguen dedicados a destruir edificaciones públicas y privadas sin ninguna consideración e impedir que la gente pueda acceder a sus hogares o salir a trabajar.
El momento no puede ser más complejo, porque está pasando en plena campaña pre-electoral para la Presidencia y el Congreso. Los candidatos están buscando como pueden pescar en rio revuelto, no han caído en cuenta que si las cosas siguen como van, no van a tener país para gobernar. Queda mucho tiempo para las elecciones y muy poco país para soportar.
En medio de este panorama están apareciendo los expresidentes, que deberían ser los abanderados para ayudar a salir al país del caos en que está. Pero cada uno está tirando para su propio lado y tienen sus propios afanes políticos. Uribe preocupado por seguir gobernando el país a través de un seguidor suyo. Atacando a sus contradictores y mandando a sus seguidores por Twitter. Gaviria, contrario a lo que fue su estilo como gobernante y como secretario de la OEA, anda vociferando a todos los lados, dándose un protagonismo que no le queda nada bien y con unos intereses no muy claros. Alega, despotrica, da consejos y se lava las manos.
Santos, nuestro premio nobel, trata de salir como redentor, quejándose porque Duque no lo llama, pero su único interés es defender su acuerdo de paz. Los demás expresidentes, Samper y Pastrana, están perdidos en el laberinto, como cuando fueron gobernantes, sin libreto y sin saber para donde coger.
Sin lugar a dudas, para que el país pueda ser posible se requiere que todos “jalemos para el mismo lado”. Solo unidos saldremos adelante. Atrás deben quedar los odios y las disputas personales. Los vándalos y anarquistas son pocos, pero hacen mucho daño y ruido. Hay que tener mucho cuidado con el manejo de las redes sociales, que son la primera fuente de información, así no sean veraces y procurar no hacerles publicidad a los vándalos a través de ellas.
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