No ha sido nada afortunado este año de mandato para el presidente Duque. Pareciera que su programa de gobierno se circunscribiera a tumbar a Maduro. A principios del año manifestó que éste tenía los días contados en el poder y no pasó nada. No hay dudas de que los guerrilleros de nuestro país se esconden en Venezuela y Duque fue a la ONU a denunciar esta situación presentando un documento que supuestamente lo comprobaba, pero que lastimosamente tenía una información falsa, lo que le restó credibilidad a la denuncia presentada.
Salidas en falso como éstas golpean muy duro la imagen nacional e internacional, lo que se afianzó con la fuga cinematográfica de la excongresista Aída Merlano, quien como presidiaria se voló mientras le hacían un procedimiento odontológico para mejorar su sonrisa.
El tratamiento que se les da a los presos en nuestro país es inhumano. Las cárceles son de épocas medievales, abarrotadas, donde los convictos duermen unos encima de otros y no se cumple con los mínimos protocolos de salubridad. Además, en nuestras cárceles no se generan espacios de resocialización, ni de formación para que cuando los detenidos salgan puedan reintegrarse a la sociedad y volver a ser ciudadanos de bien. Más bien, se dice que los centros de reclusión son verdaderas escuelas del crimen.
En las cárceles hay presos que gozan de tratamientos especiales, como tener cuartos independientes, preparar sus propios alimentos y gozar de prerrogativas como las que se dieron con la señora Merlano. Supuestamente no pueden disponer de celulares; sin embargo, para nadie es un secreto, y menos para las autoridades, que desde las cárceles se hacen permanentemente extorsiones con estos teléfonos. No dudo que Aída Merlano haya planeado milimétricamente su fuga desde la cárcel, haciendo uso de su teléfono móvil.
La huida de la señora Merlano trajo consigo la destitución, entre otros, de los directores del Inpec y de la cárcel donde se encontraba recluida. Eso puede estar bien, pero no es la solución a los graves problemas que presentan las cárceles. Cada que hay un problema de la gravedad del de la Merlano, se habla de liquidar el Inpec y nunca se logra concretar. Puede que con acabar el Inpec algo se logre, pero el problema es estructural y no es de ahora. Son muchos los años de abandono en que se han tenido a los presos.
La señora Merlano merecía estar en la cárcel. Era una vergüenza la compra de votos que ella hacía -práctica que muy seguramente se repite en otras partes del país-. Su fuga dejó en evidencia todas las fallas que tiene nuestro sistema carcelario. Dejó tan mal parado al Gobierno, que la captura de su hija pareció un acto de venganza. La detención se hizo con un amplio despliegue de policía, quienes portaban el armamento requerido para detener al más peligroso criminal; y para complementar el panorama, con un fiscal poco preparado y sin argumentos para la detención. Lo único positivo de todo este proceso fue el regaño que le pegó al fiscal la jueza a la que le tocó resolver su detención.
La solución al problema de la atención a los presos requiere tiempo, recursos y un buen manejo de la justicia. La mayoría de los detenidos, especialmente los narcotraficantes, siguen manejando sus negocios desde la cárcel sin mayores dificultades. Reformar el sistema carcelario -que incluye también una reforma a la justicia- no es una tarea fácil y aparentemente no genera réditos políticos; sin embargo, cuando se logre implementar una verdadera reforma, la comunidad se va a ver ampliamente beneficiada. Todo el escándalo de la fuga de Aída Merlano debe servir para iniciar el proceso de transformación del sistema carcelario, lo que además puede ser una excelente obra de gobierno del presidente Duque.
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