Beatriz Chaves Echeverry
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Hay un derecho básico que debería tener cualquier persona; hombre, mujer, niño, niña, anciano o abuela y es el derecho a sentirse seguro en su hogar. Si algo ha evidenciado la pandemia es que esto, en Colombia, está lejos de ser una realidad para todos.
¿Por qué hay tanta violencia intrafamiliar en nuestro país? ¿Por qué los patrones de abuso se perpetúan en nuestra cultura? ¿Cuál es el eslabón de la cadena que tenemos que romper para que esto no siga sucediendo? Por qué se necesita una triste conmemoración del “Día de la Mujer” para que recordemos cómo la historia, la cultura, la religión, la economía, la política, la literatura, etc. nos han relegado a un papel secundario.
No quiero llenar este artículo con estadísticas pero, sólo por nombrar alguna, las llamadas para denunciar violencia por la línea 155 se aumentaron en un 100% durante la pandemia. Claro que esta situación de encierro nos obligó a una convivencia 24/7, para lo cual pocas personas estaban preparadas, tal vez ninguna, y los demonios de cada quien comenzaron a surgir detrás de las máscaras que cada uno porta para sobrevivir e interactuar de la mejor manera posible. En China la pandemia dejó un rastro de divorcios nunca visto, acá en Colombia dejó un rastro de violencia, alguna silenciosa y otra denunciada, que tampoco habíamos visto antes. ¿Se imaginan al abusador encerrado con su víctima? Cuántas niñas y niños que sufren acoso y ataque sexual estuvieron a merced de sus pedófilos todo este tiempo, sin poder contar con el apoyo o el alivio de sus horas en el colegio o la escuela, su segundo espacio seguro, que a veces tampoco lo es. Esta pandemia nos dejó mucho más que un virus, nos dejó pobreza, muerte y violencia, mucha violencia.
No soy socióloga, tampoco psicóloga, soy solamente una mujer que piensa y se pregunta cómo cambiar las cosas. Yo estoy educando una niña y espero que cuando ella sea mujer y se case, no caiga en manos de un abusador físico, ni psicológico ni económico, porque hay muchos tipos de abusos, unos más sutiles que otros, pero todos igualmente dolorosos. Tengo amigas inteligentísimas, con carreras brillantes truncadas por ponerse a la sombra de hombres que no soportaron su brillo, por eso simplemente las opacaron y las dominaron, relegándolas a papeles secundarios, cuando ellas hubieran podido ser protagonistas de su vida y de su entorno. También tengo amigas casadas con hombres maravillosos, quienes las han apoyado en sus carreras y les han permitido proyectarse y triunfar. Espero que mi hija encuentre un buen compañero que la apoye y juntos puedan crecer y desarrollar su mejor potencial, porque creo que sí es posible. Yo misma, cuando me casé, encontré un hombre que no se intimidó por mi inteligencia, todo lo contrario, la admiraba y se sentía atraído por ella, le encantaba que yo escribiera y sin duda alguna fue una de las razones por las que se enamoró de mí.
Lo que le estoy enseñando a mi niña es que su valor como ser humano y como mujer no depende de nadie más que de ella misma, quien no lo vea y lo aprecie no es digno de estar con ella, sea novio, amiga o jefe, también quiero que sepa que su potencial es infinito y que puede prestarle un gran servicio a la sociedad y a su país en cualquier área a la que decida dedicarse. Confío en ella y espero que el gran amor que le entrego a diario sea la base para el gran amor que ella se debe tener a sí misma, espero que esto la aleje de relaciones de abuso en un futuro, porque si una mujer se ama a sí misma nunca aceptará que la traten por menos de lo que es: una verdadera joya.
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