La casi totalidad de la población colombiana anda preocupada, y no desde ahora, por lo que acontece en el país, pero pareciera estar maniatada para aportar o contribuir a la solución de las crisis que reinan por doquier. Los escándalos no cesan y abundan, y la desconfianza crece y crece no solo frente a los gobernantes, sino con respecto a los propios congéneres. Se perdió confianza en el ejecutivo responsable de la prestación de todos los servicios públicos, y que es donde se halla precisamente la mayor descomposición; no se cree en el Congreso, porque éste ya no actúa conforme a los intereses de una comunidad que dice representar; tampoco en la justicia, que incluye la Fiscalía, por la lentitud en los procesos, la impunidad y por la corrupción que se había entronizado en algunos de sus más altos órganos; ni en la Procuraduría y la Contraloría generales, por el cordón umbilical (entiéndase político) que hoy las ata al ejecutivo nacional; la Registraduría nacional por..., es decir, es toda una organización estatal unida por unos vasos comunicantes, no para nutrir sino para afectar, cuyas patologías han hecho sin duda metástasis en todos los rincones de nuestra patria.
Cuando real o ficticiamente se crean crisis en las instituciones del Estado, se echa mano de herramientas constitucionales y legales para supuestamente combatirlas, tales como reestructuraciones, fusiones, o hasta las supresiones, pero estos mecanismos como que a la postre no sirven de mucho, o simplemente se enmascara la intención con las cuales fueron utilizados dichos medios, porque los problemas permanecen; en otros términos, las razones para los cambios como que no radican o se centran estrictamente en las finalidades o cometidos de los organismos estatales, sino en su burocracia, continúan débiles y los controles sobre ellos no parecen ser así mismo efectivos; baste con mirar el sonado caso de las ‘Marionetas’, que es apenas uno de los entre los muchos que afectan la institucionalidad colombiana, y por ende, la pérdida de legitimidad de las autoridades.
Permanentemente, pero con mayor énfasis en las campañas electorales, se exponen los mismos problemas sociales, se plantean y luego se ejecutan las nuevas e hipotéticas fórmulas de solución a las crisis, pero a la postre ninguna pareciera servir: se crean o incrementan los tributos para siempre tratar de satisfacer las mismas necesidades colectivas elementales cada día más graves, se quitan exenciones o se persigue la evasión con el propósito de aminorar o llenar los huecos fiscales, pero todo esto lo que ha hecho es satisfacer más la corrupción económica, ello ante la falta de controles más eficaces; o se incrementan las penas para bajar los índices delincuenciales, pero los delitos se intensifican; se establecen estatutos disciplinarios más drásticos para ‘presionar’ la ética en el servidor público, y ¿cuál es el panorama que se presenta al país?
Más que insistir en la transformación de las instituciones para que todo siga igual, o quizás peor, debe emprenderse decididamente la campaña para cambiar los ‘nuevos’ modelos que le están sirviendo de mal ejemplo al país, para logar un ser humano político -en el sentido de hacer parte de la organización del Estado- y que se empodere de éste, de insistir en infundirle los verdaderos paradigmas que necesita la sociedad, pero empezando desde la formación elemental, que según lo que se acaba de conocer, los bajos niveles de educación básica dejan mucho qué desear; enseñar el respeto por las autoridades, por el buen manejo y destino de los dineros públicos, educar para la tolerancia y no para la polarización, recabar en que la verdadera arma en las democracias es el voto y las libertades. Las mayorías no quieren que se les regale nada, buscan es oportunidades.
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