Andrés Hurtado


Las más bellas nubes del país las he visto y fotografiado en los cielos del río Inírida. ¿Por qué allí? No lo sé. Estas son las razones por las cuales yo califico al Inírida como el río (río, no caño) más bello del país: el color de las aguas, las piedras de sus orillas, los raudales, los playones, la vegetación de las márgenes y los cerros que lo atalayan. Comencemos por los cerros, los de Mavicure de los que ya he hablado suficientemente. Son el tesoro del departamento. Los turistas del Guainía los visitan y hasta allí suele llegar su navegación. Algunos siguen aguas arriba hasta el primer raudal, el de Zamuro. Varios cerros, de menor altura, todos graníticos se ven en las márgenes aguas arriba. Son estupendos miradores del entorno. Existen dos cerros, muy altos, que parecen hermanos gemelos y se encuentran casi pegados. No están en la orilla, pero se los ve desde algunas curvas del río. Tuve la suerte de visitarlos una vez. Yo calificaría esa suerte como fabulosa. Entramos por un caño de aguas negras, muy estrecho y muy bello. Donde nos fue imposible seguir navegando echamos pie a tierra y armamos la carpa. Fue un campamento inolvidable por el torrencial aguacero y la dificultad para montar la carpa por el diluvio y por el piso de la selva. Recordé la frase de un amigo: “Maluco también es bueno”. El día siguiente caminamos por selva cerrada y llegamos a los cerros. ¿Su nombre? Cerros Teta, por el parecido. Subimos a la cumbre de uno de ellos. Gozamos de un paisaje sencillamente espectacular. En un “descanso” del Cerro en su zona media, pudimos montar la carpa en suelo inclinado. El guía indígena que nos acompañó nos mostró excrementos de jaguar y esa noche lo oímos rugir cerca de nosotros. Sabíamos que no nos atacaría, pero de todos modos la sangre tiene tendencia a helarse sin permiso… Esa excursión a los Cerros Teta es de esas cosas de la vida que repetiría con gusto.
El segundo aspecto que embellece al río Inírida es la vegetación de las márgenes. Todas las vegetaciones de los ríos de la selva se parecen, pero hay largos tramos del Inírida en cuyas orillas crecen las palmeras de asahí, o açaí, o palma manaca. Es una palmera grácil, creo que ese es el mejor calificativo. Esbelta, graciosa, fina. El tallo no es grueso y las ramas que solamente crecen en la parte más alta del vegetal se esparcen yo diría que graciosamente. Esta palma es originaria del norte de Sudamérica y abunda en Brasil y Colombia. Recuerdo una vieja aventura mía por el río Miritiparaná, precioso río de aguas negras y en cuyas márgenes crecen a lo largo de kilómetros y kilómetros las palmeras de Asahí. Un espectáculo único e inolvidable. No son tan abundantes estas palmas en el Inírida, pero sí hay suficientes grupos que adornan el paisaje ribereño.
La palma da unos racimos con unas pepas parecidas a las uvas y de color morado. Su sabor es delicioso y con ellas se hacen helados, golosinas y bebidas. Hay estudios que
le adjudican efectos medicinales, en el caso de la leucemia. En Leticia venden chocolates de asahí, y de arazá y de copoazú, que son deliciosas frutas amazónicas.
El nombre científico de la palmera de asahí es Euterpe olerácea. Euterpe era una de las nueve musas del panteón griego y presidía la música. Y hablando de nombres griegos, en la selva es abundante una palmera que crece sobre zancos y cuyo nombre científico es Socratea, Socratea sp.
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