Andrés Hurtado


Juan Harvey Caicedo fue un enamorado del Llano, de su música y de su cultura. Son innumerables e inolvidables sus declamaciones de poemas llaneros. Uno de ellos se titula: “Ser llanero cuesta caro”. Sus más famosas declamaciones son: “El caporal y el espanto” y “El ánima de santa Elena”.
El primer poema así empieza:
“Que fue una noche sin luna, inviernos del mes de mayo
corría una brisa de espanto de esas que hielan al llano,
se escuchaba en los murmullos, quejidos, y un llanto largo
venía trayendo en las manos el alma de un condenado.”
El segundo poema así empieza:
“Era un dieciséis de enero con la brisa mañanera cuando escuchaba yo el canto de la pava montañera
en los copos de un almendro lamentaba la tragedia
sucedida en el parrando casa de Ramón Herrera.”
Al trascribir estas estrofas me parece estar oyendo la voy melodiosa y magistral de Juan Harvey, todo un deleite para el espíritu. La historia de “El ánima de Santa Elena” la sitúa el compositor a orillas del Cinaruco, río llanero fronterizo entre Colombia y Venezuela. Y traigo aquí a colación este detalle pues la novela “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos, que es una obra que domino, comienza así.” De más allá de Cinaruco, de más allá del Meta. De más lejos que nunca, decían los Llaneros de la Arauca, para quienes, sin embargo, todo está siempre, ahí mismito. De allá vino la trágica guaricha. Fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría sensualidad de la india, su origen se perdía en el dramático misterio de las tierras vírgenes, de ahí vino la temible doña Bárbara”.
Teníamos que hablar de la novela de Rómulo Gallegos porque es obra cumbre del Llano y de la literatura terrígena hispanoamericana. El autor hace esta bellísima y poética descripción del Llano:
“La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben holgadamente hermosa vida y muerte
atroz. Esta acecha por todas partes, pero nadie le teme. El Llano asusta; pero el miedo del Llano no enfría el corazón, es caliente como el gran viento de su soleada inmensidad, como fiebre de los esteros. El Llano enloquece y la locura del hombre de la tierra ancha y libre es ser llanero siempre”.
La muerte de Juan Harvey privó al Llano de uno de sus grandes cultores y defensores. La “señora muerte” se lo llevó a relativa temprana edad, a los 66 años. “Ser llanero cuesta caro” reza un dicho llanero. A él le costó claro su salida de Caracol. Le quitaron, sin darle ninguna explicación el excelente programa de boleros que trasmitía los domingos por la noche y ya antes lo habían sacado de “Pase la tarde” y de la Luciérnaga. Su amigo Artunduaga dice que esto lo llenó de profunda tristeza, la misma que lo llevó al suicidio.
Su muerte ocurrió de la misma manera que la de José Asunción Silva, con un disparo en el corazón. Juan Harvey había nacido en 1937 y murió en 2003. ¿Qué pasará con Caracol, y no soy el único en preguntármelo, que en su programa estelar, “Sábados felices”, ya no aparecen algunos de sus mejores humoristas, con lo cual el divertido programa de los sábados ya no es el mismo de antes?
Hora es de hablar de los grandes iconos (a mí me enseñaron a decir ícono) y embajadores del Llano: sus cantantes, que igual que los copleros son muchísimos y muy buenos. ¿Quién no goza oyendo “Egoísmo”, “Caballo viejo” o “Alcaraván compañero”?
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