Andrés Hurtado


Estamos hablando de los raudales del río Inírida. Exactamente al lado de la tienda de “el Capi” Jorge Rodríguez, ubicada en la orilla del río, se encuentra el Raudal de Tomachipán, llamado también de Las Chulas. Por un escalón de rocas el río se precipita, los peces tratan de remontarlo en cierta época del año y los que caen en las orillas son devorados por los gallinazos, de allí el nombre de Raudal de las Chulas. El raudal es muy bello y mereció una foto en mi libro COLOMBIA SECRETA.
Más abajo, en la poceta que se forma en el raudal al salir disparada con fuerza el agua que trabaja las márgenes aparece una playa en verano. Cuentan esta peregrina historia: una mujer estaba allí lavando la ropa y a su lado su pequeñín jugaba con la arena. Apareció un tigre que cogió entre sus garras al niño y jugaba con él como hacen a veces los gatos con los ratones antes de comérselos. Ante los gritos de la mujer acudieron los habitantes de Tomachipán y mataron al felino. Me limito a trascribir la historia tal como me la relataron. “El Capi”, con su poderosa memoria me puso al tanto de los apodos de los trescientos habitantes del pueblo. En mi diario de viajes anoté los más divertidos. Por esa época yo escribía en la revista de vuelo de Avianca y contaba mis viajes y aventuras. En el relato de Tomachipán escribí una veintena de apodos. Una familia estaba compuesta por chocolate y chocolate, los papás, y chocolatino y chocolatina, los hijos, porque eran morenos. Había una señora provista de unos senos muy generosas y la apodaban: la siete litros. Pues bien, mi artículo salía publicado en castellano y en inglés y el que tradujo mi crónica decidió poner los apodos en inglés, cosa que obviamente no debía hacerse. Y tradujo la siete litros como: two gallons.
El país recuerda cómo desalojados de su territorio grupos de Nukak Maku aparecieron en las calles de San José de Guaviare, mendigando. La noticia de su descubrimiento fue de resonancia mundial y se los presentó como los últimos nómadas de la Tierra. En efecto, no duermen cada noche en el mismo sitio y viven lejos de los ríos, selva adentro. En San José
de Guaviare se los encuentra en las calles y se aficionaron a comer galletas y sobre todo a beber gaseosas. “El Capi” acogió a un joven nukak en su tienda, le dio trabajo y todos lo apreciaban. Yo lo conocí. En una navegación que hacía por el río la canoa zozobró y el muchacho se ahogó, pues no sabía nadar. Ya dije arriba que los nukak viven lejos de los ríos. Tengo una especie de barra de una madera muy dura y pesada que es la que los nukaks utilizan para defenderse de los tigres. Un golpe con esa barra tan pesada puede ser fatal.
“El Capi” vendió su negocio y se estableció en San José de Guaviare donde íbamos a saludarlo a él y a Graciela, su esposa, cuando nos adentrábamos por los vericuetos de la selva y los ríos de esa zona. Ya murió y su muerte nos dolió profundamente. Tomachipán comenzó a ser visitado por los ornitólogos y los observadores de aves, fauna que es muy abundantes en la región. Mucho tiempo después de mis viajes por Tomachipán, el pueblo fue escenario de violentos encuentros entre el ejército y la guerrilla.
Continuando río abajo se encuentran las bocas el Quiniquiarí, caño muy bello que entra por la margen hidrográfica derecha. Remontarlo no es fácil porque tiene varios raudales escabrosos.
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