Andrés Hurtado


Qué agradables y bellos son los regresos, ciertos regresos. No los retrocesos. Regresé esta Semana Santa a mis lares y a mis sesteaderos familiares; le di la vuelta al Nevado del Ruiz en compañía del conocido odontólogo armenio César Román y de Alexander Murcia, su esposa y su cuñada. Lejanos están mis 39 ascensos a la cumbre del León Dormido; lejos en el tiempo, pero muy presente en mi memoria el accidente en una grieta del Nevado el 20 de junio de 1982, con la pierna derecha rota en sus dos huesos y con fractura abierta. Fueron tres días en el glaciar esperando el rescate. Cómo olvidar a Mauricio Molano (qepd) que bajó a Manizales para gestionar el salvamento, a Francisco Prieto y a Joaquín. Lepeley que colaboraron en el salvamento y a los técnicos de geotermia que me bajaron en camilla por el glaciar, que hoy es un pedregal absolutamente desprovisto de nieve. Y en Manizales al doctor Carvajal (qepd) que me salvó la pierna. En aquel accidente, uno de los varios “mortales” que he sufrido, volví a nacer. Antes lo había hecho en España en 1977 cuando como profesor de escalada tenía que filmar la repetición de la ascensión en solitario y en invierno de Esteban Vicente a la pared vertical de 550 metros del Naranjo de Bulnes, pico emblemático del alpinismo español. El escalaba por la cara Oeste y yo me le adelantaba por la cara Sur para esperarlo en la cumbre y filmar desde allí su ascenso. La cara sur es muy peligrosa por los aludes y allí precisamente rodé 200 metros dando tumbos. Ha sido una de las grandes caídas del alpinismo español en las que el escalador ha quedado vivo. Cuando la caída es libre, o sea sin tocar la pared, aunque es muy aparatosa, es menos peligrosa que cuando el escalador cae dando tumbos en la roca porque cada golpe puede despedazarlo. Y en efecto ha habido en la historia del alpinismo caídas espectaculares libres en las que el alpinista ha quedado herido con múltiples fracturas, pero vivo. Como consecuencia de los golpes de mi caída perdí la sensibilidad en el muslo, nalga y media espalda derechos.
Otro de mis accidentes “mortales”, posterior a las anteriores fechas, ocurrió en la Piedra del Cucuí en enero de 1989, cuando nos estrellamos en la selva volando en un DC-3. Yo iba con varios diplomáticos a los que los respectivos gobiernos habían prohibido ir a la selva por el peligro de la guerrilla; iba además un importante político colombiano. La Piedra del Cucuí no es la Sierra Nevada del Cocuy, Boyacá. No, es el límite común entre Colombia, Venezuela y Brasil en la Amazonia. Los diplomáticos me rogaron que no contara en la prensa el accidente porque sus gobiernos los podían destituir fulminantemente. Yo les prometí y cumplí. Ha pasado el tiempo, ya los diplomáticos no están en el país y no estoy dando sus nombres ni contando el accidente. Estoy seguro que otros periodistas sensacionalistas, que por desgracia no faltan, se hubieran regodeado contando el accidente y a lo mejor hubieran ganado un premio y perjudicado a los diplomáticos. He sufrido otros accidentes igualmente “mortales” pero con el relato de los anteriores basta y sobra.
Salimos de Armenia, (el odontólogo y yo somos cuyabros) y recorrimos la más bella carretera de Colombia, la Autopista del Café, bella por sus paisajes, hasta llegar a Manizales, ciudad de mis más profundos afectos. No puedo negar mis emociones: la carretera explaya ante nuestros ojos EL PATRIMONIO MUNDIAL DEL PAISAJE CAFETERO declarado como tal por la Unesco.
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