Ana María Mesa

Este año cumplo 10 desde que abrí mi cuenta en Twitter, @animesa. Los que me hayan leído ahí saben que, sobre todo, he gozado. Muchas cosas buenas han llegado a mi vida debido a la decisión de abrir esa cuenta: conocí a @fernalonso que me dijo que yo podía ser periodista y a las personas que me han dado trabajo en este oficio, así que literalmente, me cambió la vida. Pero lo que siento con más fuerza y de lo que quiero hablar hoy, es que le dio un medio a mi voz.
En el comienzo todo Twitter eran mangas. Éramos pocos, no había tantos políticos o figuras públicas. La red era mucho más ligera: las noticias del momento despertaban el “ingenio tuitero” y todos hacíamos chistes sobre la realidad nacional. El discurso de lo que ahora llamamos “políticamente correcto” no estaba en boga, nos permitíamos todo tipo de comentarios, era más fácil hablar.
Sobre todo no tenían tanta relevancia en ese lugar políticos como Uribe, Trump o Petro. Su presencia hace parte de lo que hizo que la red cambiara. No solo que estén ahí, sino el uso que le dan: manejan sus redes de poder, evangelizan a sus creyentes, orientan la opinión. Cada vez fue más difícil hacer chistes sobre las noticias en presencia de quienes las protagonizaban y más bien aprovechamos la oportunidad para reclamarles responsabilidad.
Twitter sigue siendo la red con menor crecimiento en comparación con Instagram o Facebook, además de que quienes son nuevos allí tienen muchas dificultades para entrar a “la conversación”, pero es la red más adictiva de todas. Alejarse de la discusión en Twitter es perderse la actualidad en tiempo real, perder la oportunidad de ver qué opinan políticos, periodistas, abogados, economistas, sobre los temas del momento.
Vuelvo a mi voz, a la posibilidad de ser escuchada. Difícilmente el alcance que tiene mi cuenta en Twitter la hubiera logrado tan rápido en cualquier otro escenario. Gracias a una combinación de suerte y talento (más suerte que talento pero algún talento debo tener) mi cuenta alcanzó el año pasado 25.000 seguidores. Como yo somos muchos, personas comunes y corrientes, que no salíamos ni en radio, ni en prensa, ni en televisión, y que de pronto éramos escuchadas. La dinámica de la conversación de los líderes de opinión tradicionales cambió, pues ahora se encuentran con gente, muchas veces expertos, que los confrontan, refutan, que les exige y que pone en duda con frecuencia sus intenciones o su credibilidad.
Me gusta lo que sobre esto dijo alguna vez @sandraborda: toca afinar los argumentos, toca estar dispuesto a confrontar lo que uno piensa, toca aprender a hacerlo sin arrogancia, y esos retos suelen ser más exigentes para quienes han estado en los círculos de poder acostumbrados a que nadie les revire. La polémica sobre lo tibia, caliente o fría que es la conversación en Twitter no debería ser noticia, es la consecuencia normal de los ejercicios más democráticos.
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