Ana María Mesa


¿Queremos las mujeres ser iguales a los hombres? A algunos les sorprenderá esta respuesta: no.
A raíz de algunas de las cosas que he dicho, me preguntó un tío sobre cuáles consecuencias sociales deberían tener las diferencias fisiológicas entre mujeres y hombres y cómo se podría entender el machismo desde un punto de vista antropológico. Es decir, el hombre es más fuerte que la mujer; la mujer puede procrear, por lo tanto el hombre sale a cazar, la mujer se qued a en la crianza y de ahí se derivaría y se explicaría el sistema patriarcal que tenemos hoy.
Pero no hay justificación hoy para que en un sistema que no es solo biológico, sino también cultural, persista la creencia de que las mujeres son inferiores porque nos correspondió el rol de la crianza. Y todo pareciera un malentendido. Ser mamá contó con malos asesores de mercadeo, porque de la misma manera en que cazar y hacer la guerra se vio como una gesta heroica, también hubiéramos podido concluir que lo verdaderamente berraco es parir y criar, y como consecuencia determinar que el verdadero sexo superior es el de la mujer que tiene la capacidad de dar vida. Y hoy los tipos ganarían 30% menos por flojos, porque les da una gripa y se quieren morir, porque son esclavos de sus instintos y de su pipí. De la misma manera que, según ellos, somos esclavas de nuestras emociones y de nuestro corazón.
Pero parece que un hombre que llegara con carne para la comida después de haber matado un conejo y ampliado dos metros la finca en una disputa con un vecino, era más sorprendente que estar embarazada nueve meses y parir.
Cuando los hombres preguntan que si queremos desconocer esas diferencias lo que verdaderamente están preguntando es “¿vas a desconocer que somos más fuertes?”, “¿vas a desconocer que somos más capaces?”, “¿es que acaso quisieras ser como nosotros?”.
No, nadie quiere ser como ustedes. Yo no quiero ser como ustedes. Yo lo que quiero es que seamos todos iguales, que es sutilmente diferente. Querer ser iguales no significa querer alcanzarlos en su majestad, significa que queremos que nos ubiquemos los dos en el mismo plano de igualdad. Que se bajen de la nube en la que los montaron diciéndoles que como son más fuertes eso les da algunos privilegios. El llamado es a que renuncien a ellos. El hecho de ser hombres no les da derecho a ganar más que nosotras, no les da derecho a ocupar más cargos de poder, no les da derecho a decidir por nosotras, no les da derecho a callarnos la boca y no les da derecho a no prestarnos atención cuando llamamos la atención sobre estas cosas.
Una manera de solucionar la diferencia de salarios podría ser que nos suban a nosotras, pero también podría ser que se paguen menos ustedes. Son soluciones que nos igualan, de eso estamos hablando.
Un amigo me decía que el problema sigue siendo de mercadeo. Que no podemos vender la idea feminista como la renuncia a unos privilegios, sino como la expectativa de una ganancia. Qué ganan los hombres en un mundo feminista, me preguntaba. Lo malo es que la ganancia no es muy mercadeable, pero de fondo es definitiva: ganarían unas mujeres más satisfechas, más libres, más plenas.
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