Ana María Mesa

Es frecuente leer en medios de comunicación manizaleños cosas como las que publicó el portal de noticias Eje 21 firmadas por Evelio Giraldo Ospina que dicen esto sobre la participación en política de las mujeres: “será gracioso verlas operando en los cuerpos colegiados. Agaitanadas unas, severas otras, estadistas unas pocas, todas discurseras. ¡Qué manicomio!”, y luego “están preparadas para el cupo que se les va a dar en Concejos, Asambleas y Parlamento? Listas para competir en plazas públicas con los hombres? Madrugarán, trasnocharán, tomarán guarapo, visitarán veredas, recorrerán a pie muchos caminos? La política se hace a zarpazos, metiendo zancadillas, abrazando campesinos… Estarán preparadas para celebrar esas misas las muy queridas mujeres?” (sic). No es el único. El columnista, Jaime Alzate, dijo en LA PATRIA que “las mujeres fueron hechas de las costillas de los hombres, que no constituyen, como cualquier carnicero puede corroborar, el mejor corte”, y antes “las mujeres tienen un maravilloso sentido de las cosas, pueden descubrirlo todo, menos lo obvio”. O en la Voz del Lector Rogelio Marulanda preguntaba sobre Adriana Villegas Botero y yo que si, “es así como piensan estas bellas y frágiles hijas de Eva?” (sic).
El feminismo enfrenta varios dilemas. Uno, no contestar de la misma manera, no llevar el debate al terreno propuesto. Sería fácil para mí decir que seguramente la senectud de estos tres señores tiene como consecuencia que ya no tengan erecciones en sus diminutos miembros y que por eso guardan tanto rencor hacia las mujeres; con eso los golpeo en su frágil ego masculino que no soporta que se hable de tamaños o desempeños, pero que trata al cuerpo femenino como si fuéramos vacas; ese sería un triste debate y el feminismo cree que podemos relacionarnos de manera diferente, hablarnos con cariño y tratarnos como iguales, sin disminuir a ninguno de los dos sexos. Dos, detenernos en esos textos y hacer un análisis distinto, ¿por qué Evelio cree que la política se hace a punta de zarpazos y zancadillas?, ¿por qué dice que las mujeres no estamos preparadas para trabajar?, ¿por qué Jaime nos trata con desprecio?, ¿por qué es necesario para Rogelio decir que somos frágiles? o debatir sobre por qué los hombres le temen al avance del feminismo y a la incursión de las mujeres en la vida pública. Tres, ignorar estos comentarios, entender que estos señores están demasiado viejos y por eso piensan como piensan y se atreven a escribir semejantes tonterías sin temer a que opinemos que son unos idiotas y unos imbéciles, ¿quién puede culparlos?, fueron formados en el modelo machista, son también a su vez víctimas del sistema patriarcal; o dar el debate, porque son muchos, porque es muy frecuente, porque corremos el riesgo de que si nadie señala esos tontos comentarios, esa manera de pensar siga reproduciéndose y no salgamos jamás de este oscurantismo.
El feminismo no es una lucha entre lo que somos capaces de hacer las mujeres o los hombres, no es ver cuál de los dos es mejor para trabajar, para participar en política, sino comprender que podemos ser tan buenos, tan mediocres o tan malos en las mismas condiciones. No es para que las mujeres gobernemos y disminuyamos a los hombres como los hombres lo han hecho con nosotras, es garantizar que ambos tengamos las mismas posibilidades y maneras de participación y que ninguno pase por encima del otro. Y es necesario porque sobreviven todavía personas que consideran que las mujeres somos menos capaces, menos inteligentes, menos talentosas, más frágiles y tontas. Como si no tuviéramos el mismo derecho de serlo tanto como Evelio, Jaime o Rogelio.
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