Ana María Mesa

He cambiado de opinión sobre las corridas de toros con el paso de los años. De pensar que quienes iban a ellas eran unos monstruos, modulé mi opinión hacia el reconocimiento de que es una práctica cultural que no comprendo del todo en lo que tiene de espectáculo o de valor artístico, pero que algunos aprecian y que eso no los hace malas personas. Sin embargo, me parece plausible que desaparezcan.
Mientras la Corte Constitucional va de allá para acá con la decisión sobre si permitirlas o no, a mí me parece que deberíamos apostarle a su desaparición por falta de público y no por prohibición.
Aunque no me gustan las corridas, creo que la Corte acierta en su última decisión. Puede ponerse en duda que las corridas de toros sean arte o no, discusión que encuentro un poco bizantina -puesto que quienes ven belleza en una verónica o en una chicuelina no dejarán de verla porque otros les digan que eso es muy feo- de lo que no hay duda es que son una práctica cultural tradicional y eso no admite mucha discusión, como otras que pueden parecernos igualmente burdas y brutas, como el coleo y las peleas de gallos.
Sin embargo, que un montón de señores en Bogotá decidan sobre lo civilizadas que resultan esas prácticas no deja de ser odioso y desconectado de las realidades locales. Además de insultante, pues decirle a una comunidad que su práctica, con la que disfrutan desde hace tantos años, los hace unos atrasados, unas bestias, que todavía no han podido comprender, porque viven en el monte y no les ha llegado la ilustración, que los animales, que todos nos comemos por igual, son seres sintientes, así lo es. Los anula y los pinta como unos brutos ignorantes y en ese escenario no hay diálogo posible, pues no se reconoce la realidad ni la identidad del otro.
Lo que sucedería, de prohibirse la tauromaquia ahora, es que probablemente se desarrollaría de manera ilegal en placitas de toros que hay en las fincas donde crecen los toros de lidia. Y con la prohibición vendría el éxito del negocio ilegal porque todos sabemos que a mayor riesgo mayor rentabilidad, como lo demostró Pablo Escobar.
Hace no muchos años César Rincón fue héroe nacional porque había triunfado en España, país de origen de las corridas de toros. Hoy parece imposible que otro torero sea visto de esa manera en este país. Todos los días se educan niños que cada vez son más empáticos con la naturaleza y que la comprenden de otra manera. Es altamente probable que una fracción cada vez más grande de la población desprecie las corridas de toros, sin necesidad de que les hagamos la guerra, que tiene como consecuencia que la contraparte se prepara. Cormanizales ha hecho un ejercicio de mercadeo para atraer afición joven que admiraría cualquier multinacional y llenan la plaza de toros de esta ciudad todos los días mientras dura la Feria de Manizales, como reacción a un concejal que está en su contra y a cincuenta ciudadanos que lo respaldan y que salen a marchar por esos días.
No falta mucho para que desaparezcan, sé que este camino puede ser un poco más demorado, pero sin duda, en muchos sentidos, más hermoso. Yo diría que hasta artístico.
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