Los visitantes que vinieron a la primera Feria de Manizales, se maravillaron de la belleza de Caldas. Aquí casi se van de espaldas, porque no habían pasado de sus fincas en El Rosario. Ahora las tienen en Santágueda, pero no ven todo lo que hay en el camino, por ir pensando en su próximo viaje al exterior, que se ufanan de conocer al dedillo.
Desde hace 63 años, cada tanto aparecen expertos extranjeros a diagnosticar lo que se ve a simple vista: los atractivos de nuestra región. Y si en lugar de requeterreenviar por wasap las fotos del mismo atardecer, nuestros dirigentes se dieran una pasadita por el terminal de transportes, se asombrarían del silencioso flujo de europeos que buscan rutas intermunicipales. Por ejemplo, la ‘chiva’ que va y viene de Riosucio y Jardín, ya es famosa en Holanda y Australia.
El más reciente gurú foráneo fue Claudio Fermín Otano, coordinador de turismo de Río Negro, Argentina, quien hizo para la Gobernación el milésimo informe: “Caldas tiene todo, nieve, selva, ríos, actividades acuáticas, senderismo”, dijo. “Y Manizales es como un principado, es moderna, limpia, culta […] y otro valor agregado es su gente que trata con cariño y respeto”. Ojo que esto último empieza a dar señales de extinción. No así los aristócratas que consideran el “principado” como su feudo…
Otano conoce más de Caldas que muchos caldenses, especialmente los promotores turísticos: “Todavía no termina de estar en la agenda de las políticas públicas”, sentencia. Menos en la conciencia.
En julio pasado, el experto holandés Han van’t Hooft, descubrió que aquí “no entienden que el turismo es la industria más grande del mundo”. Ideal para sociedades proclives a la molicie, como la manizaleña.
En 2014, hubo talleres para enseñar en los pueblos a cuidarlos para atraer visitantes. Los soporíferos expositores hicieron énfasis en lo que se ha logrado por fuera de Caldas. Como resultado, aumenta el número de viajeros caldenses en otros departamentos.
En lugar de perder tiempo y dinero, mejor admitan que el turismo no es prioritario. Que vengan los que quieran y vean lo que queda, sin planes ni guías. La turismofobia debe ser proclamada.

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Preguntó una lectora cuándo cobrarán impuestos “a las casas pentecostales, manejadas por pastores, con salones inmensos y una bulla horrible”. Le respondieron que el Estatuto Tributario exonera a “los movimientos, asociaciones y congregaciones religiosas, que sean entidades sin ánimo de lucro”. Unas “5.374 iglesias de todos los cultos”. ¡Todas apuntan a los bolsillos! Si involuntariamente salvan algún alma, será “efecto colateral”, como dicen los militares gringos de los civiles que matan.

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Mientras Avianca comenzó a despedir a los pilotos que, en un acto de arrogancia propia de un piloto, paralizaron el país durante 50 días, estos demandarán a la Nación por $83.000 millones. Con pretensiones de jurisperitos y pretendiendo igualarse la Corte Suprema que ratificó la ilegalidad del paro, argumentan que un tribunal de arbitramento no era la instancia para resolver el conflicto. Que lo único válido era concedérseles caprichos como juguetes electrónicos, primas de dos millones para adecuar espacios físicos, $300 mil cada mes para pagar internet y teléfono, 300% de una hora de vuelo por cada hora extra de teletrabajo, entre algunas de las 82 exigencias.
Las formularon personas que ganan un millón de pesos o más por día. Con tales salarios es grosero formar sindicato. ¿Qué diferencia a dos centenares de aviadores que retienen en tierra a miles de pasajeros, de los guerrilleros que hacen retenes en las carreteras? El método es el mismo.
Tal vez tengan razón en lo del tribunal de arbitramento. Debió reunirse en La Habana. ¡Aterricen!

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Juan Manuel Santos anunció que el puente de Roncador de 2,3 kilómetros de longitud que conectará la Troncal de Occidente y la Ruta del Sol, será entregado a final de año. No dijo cuál.
Con babosa lambonería, Dumek Turbay, gobernador de Bolívar, propuso denominarlo Celeste, por la nonata primera nieta de Santos. Si el abuelo no tiene mérito, la muchachita menos. Que los haga y luego bauticen así algún relleno sanitario, vista la costumbre de cambiar la toponimia histórica por nombres de personas que nadie sabe quiénes son o fueron. Solo sirven para borrar memorias y destruir identidades.