Álvaro Gartner


Colombia parece una gigantesca réplica del templo de Karni Mata, en Deshnoke, India. Éste es el santuario de unas veinte mil ratas, reencarnación de igual número de desertores, a quienes se conmutó la pena de muerte para servir a la diosa Durga en forma de roedores. La condena trocose en premio, pues los creyentes suben a alimentarlas y su única ocupación es reproducirse como ratas, gracias a la vida de congresistas colombianos que llevan.
La leyenda habla de desertores, pero no especifica de qué. Tal vez desertaron de alguna disciplina partidista o siguieron como soldados a su caudillo mujer, en un inesperado y conveniente cambio de tolda. Hubiera pasado (y pasa) en nuestro país.
Éste es un templo ecléctico, pues alberga también mulas, sapos, serpientes, cucarachas, perros, sanguijuelas y camaleones. A diferencia de los múridos indios que están confinados, aparecen en postes, pasacalles, redes sociales y otros medios, luchando por ganarse el derecho a encerrarse en el Templo de las Ratas colombiano, el Capitolio.
La ciencia política acaba de descubrir, o clasificar, una especie hasta hace poco inadvertida: las ‘toñas’. En la jerga electoral, que rima con delincuencial, se llama así a mujeres a que aceptan ser candidatas al Congreso, soñando que depurarán la política nacional. Pronto cambian de especie: de ilusas transmutan en incautas.
Su valía no es de trayectoria ni liderazgo; solo cuentan sus nombres, para cumplir con la ‘cuota de género’ ordenada por la ley. Por ejemplo, una lista de tres candidatos la conformarán dos hombres y una mujer, o viceversa. Pero la oportunidad de géneros fue retorcida por los partidos degenerados, porque la toña elegida jamás calienta curul, golpea pupitre, discursea, tiene ‘narcoburbuja’ oficial, ni devenga. Solo ve en foto el Salón Epiléptico.
La versión masculina aún no sale a la luz, excepto la del alumbrado público, así su existencia sea anterior. Se la clasifica erróneamente como ‘toños’, cuando en realidad son ‘pachos’, esos inútiles morales con cuyas firmas se escurren los recursos oficiales. Cuando son simpáticos, bonitos o dicharacheros, los ascienden a candidatos de papel y se topan con las toñas. Así se perpetúa la raza, para refocilo de los barones electorales.
La mudez caracteriza a estos. Ya ni siquiera musitan las cartas al Niño Dios que mostraban como programa de gobierno, ni prometen. Cuando mucho, agitan un eslogan sonoro y vacío, quizás plagiado, para cazar a los millones de toñas y pachos que votarán por lo que se debe botar.
A falta de contenidos, será ver empaques, caras (y descarados), como quien repasa los álbumes del antiguo DAS. En todas se advierte la decisión de engañar: el nerdito que lleva a espaldas una chiquilla, como anzuelo para pescar sufragios enternecidos. El que recuerda a Reagan joven, superpuesto a un Uribe mesiánico. Ni necesita decir su nombre. El exgobernador que repite fotos de viejas campañas, para captar a un electorado joven que en la vida real no voltearía a verlo.
Aparecen los que no usan sus apellidos por creerse conocidísimos, o porque en las familias les prohibieron usarlos por dignidad. Los que salen con alias que recuerdan a ciertos personajes… Los que parecen recién capturados.
Otros abusan de los wasaps de los amigos, como el excongresista caldense que promociona a una candidata antioqueña. Un coterráneo de ésta envía correos escritos con un tuteo confianzudo, condescendiente y maricón, presentándose como “tu representante”. ¿Obras para Antioquia con votos de Caldas? ¡Pueden llorar!
Algunos todavía salen hacia donde no tienen idea que van; ignoran qué se necesita allí, prometen lo mismo que en donde estuvieron y adonde irán. Será lo último que se sepa de ellos.
Están también los habitantes del cartel “se busca”, que pasaron al tarjetón vía La Habana. Con seguridad no ganarán en las urnas, pero por donde pasan les donan huevos y tomates para llevar a sus casas. Después no digan que la gente es ingrata.
En fin… Si no se supiera que todos esos hijos de… sus madres, buscan ser Padres de la Patria, así sea ‘in vitro’, hasta divertido resultaría ver cuán diverso es lo peor de la condición humana. Quizás lo menos malo sea confinarlos en su Templo de las Ratas, como en la India, que dejarlos por ahí sueltos.
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